Turismo aventura para espías
Persecuciones, viajes a través del mundo e intentos de asesinato son algunos de los ingredientes del cóctel de esta película de acción que se basa en el “star power” de su pareja protagónica y que no pretende otra cosa que una hora y media de diversión.
Unos años atrás hubo una película llamada La mexicana. Julia Roberts y Brad Pitt debían buscar en México un arma sumamente codiciada, saliéndoles al paso toda clase de maleantes, asesinos y pesados. El arma era una pura excusa, como todo lo demás. ¿Excusa para qué? Para que Roberts y Pitt desplegaran esa forma de carisma que en Estados Unidos llaman star power, ayudados por un elenco en el que James Gandolfini, J. K. Simmons y Bob Balaban le sacaban todo el jugo posible a cada una de sus apariciones. Todo era imposible de creer, y por eso mismo se la pasaba bien. Nada demasiado distinto de lo que sucedía en infinidad de películas previas, basadas más o menos en la misma fórmula (“chico + chica + pistola o botín”), desde Para atrapar al ladrón hasta Tras la esmeralda perdida, pasando por Cómo robar un millón de dólares, Charada y un montón más. Sumándoles megatones y efectos digitales, y restándole tal vez algo de química entre ambas stars, algo semejante vuelve a suceder en Encuentro explosivo, donde Tom Cruise y Cameron Diaz se las arreglan –con la ayuda de Peter Sarsgaard, Paul Dano y algún otro– para reponer esa alquimia, consistente en sacar algo de nada. ¿Sacar qué? Una hora y media de diversión, uno de los motivos por los cuales seguimos yendo al cine.
El título original es Knight and Day, juego de palabras que funcionaría si esos fueran los apellidos de los personajes. Por el lado del de Cruise, todo bien, porque aunque durante toda la película dice llamarse Roy Miller, finalmente parecería ser Knight. Pero que el de Cameron Diaz no se llama Day es seguro. Lo cual certifica que no son el rigor y la lógica lo que desvela a los hacedores de esta película. La secuencia inicial, con su larga y hasta lenta (presunto pecado mortal para el cine de acción) preparación dialogada en el aeropuerto, y la combinación de timing, coreografía de acción, disparate y tiempos puramente mentales a bordo del avión en vuelo (otro pecado, que pueda “verse” el pensamiento de los actores en una de acción) confirma que nada requiere más ensayo, precisión y soltura que el escapismo puro.
Una escena posterior, en la que Diaz visita a quienes podrían ser los padres de Miller, generándose una serie de sobreentendidos y suspicacias, ratifica que el director, James Mangold (empleado de la industria, capaz de pasar de una indie a la biografía de Johnny Cash y June Carter y de ahí a la remake de El tren de las 3.10 a Yuma), filma con tanta atención lo que los personajes piensan como lo que hacen. Como para subrayar la implausibilidad de todo, lo que motoriza persecuciones, escapes, viajes a través del mundo e intentos de asesinato es un “mcguffin” desfachatado. Ya se sabe qué es un “mcguffin”, palabrita que Hitchcock repetía una y otra vez: un dispositivo, cuya única función consiste en poner la trama en movimiento. En este caso, un dispositivo energético, tan clave para el mundo que detrás de él están la CIA, el FBI y un mafioso ¡español! (el catalán Jordi Mollá). Dentro de la CIA puede haber algún “topo” que quiera el dispositivo para sí, mientras al geniecito que lo diseñó (Paul Dano, el evangelista de Petróleo sangriento), Miller y Diaz lo llevan de Boston a Nueva York, de allí a Jamaica, luego a Austria y Sevilla: de Bond en adelante, el espionaje es sinónimo de escalas de avión.
El remate es un muy buen pito catalán, que remata la idea de que el “mcguffin” no importa nada. Y que el argumento entero de la película tampoco. Antes de eso, la escena culminante, con el espía y la chica-de-la-puerta-de-al-lado escapando de la CIA y los mafiosos españoles, mientras una estampida de toros rueda por las laberínticas calles del barrio histórico Sevilla, durante un San Fermín. ¿No es que los Sanfermines eran en Pamplona? Vayan a explicárselo a los creativos de Hollywood... ¿Si Cruise sonríe mucho? Sonríe, pero menos ancho que de costumbre. Como si alguien le hubiera avisado que se le estaba yendo la mano. ¿Y la sonrisa de Diaz? Sigue siendo una de las más creíbles del mundo (por eso, y por dar la sensación de que le encanta pasarla bien, Diaz es una de las mejores comediantes que hay). Otra fortuna es que su personaje, que al comienzo parece responder peligrosamente al prototipo de la rubia tarada, termine revelándose mucho más perspicaz de lo que parecía. Es verdad que una mayor química entre ambos no hubiera venido mal. Pero nadie dijo que Encuentro explosivo fuera la película perfecta...