Hay algo que en “Enemigo Invisible” (Inglaterra, 2016) no funciona desde el arranque, algo que tiene que ver con el verosímil que le intenta imponer a una historia, ya vista cientos de miles de veces y que sólidos directores como Stanley Kubrick en “Dr. Insólito”, han podido capturar un momento, una radiografía, en la que la configuración política del mundo servía como excusa para una historia de conspiración y paranoia mundial.
Gavin Hood relata en un thriller político la tensión que sufren un grupo de militares encargados de terminar con una situación en una zona de conflicto y en la que deberán enfrentarse, más allá de cualquier obligación, a un análisis ulterior de los hechos en los que, claramente, luego deberán contrastar con su ética y moral.
El deber ser y la obediencia debida son el punto de partida de “Enemigo Invisible”, un filme que le sirve una vez más a Hellen Mirren para demostrar que puede hacer el papel que sea, más allá de si la credibilidad de la historia o los hechos que se narran sean contundentes.
En esta oportunidad Mirren se pone en la piel de una coronel que deberá guiar a un grupo de soldados que manejan drones con cargas letales, y con los que se terminará con una amenaza latente y que puede tener graves consecuencias.
La película está dividida en dos grandes etapas o lugares de acción, uno, la zona de conflicto, el otro, las bambalinas de la batalla, lugar en el que la coronel Powell (Mirren) destilará su control sobre los demás para poder así terminar con la difícil misión para la cual se la ha elegido.
Pero mientras Powell intenta llevar al extremo sus decisiones, las mismas serán cuestionadas desde las más altas esferas por Generales (Alan Rickman), Secretarios (James Willet) y, a pesar que no expresan su parecer, internamente por aquellos soldados que deberán presionar los comando para que los misiles lleguen al destino con los que el objetivo original a eliminar sea exterminado.
Durante dos horas Hood refleja la tensión que se generará entre aquello que se desea hacer y lo que se busca evitar, y pone al personaje de Mirren en una disyuntiva, la misma con la que algunos de los personajes deberán lidiar.
Cansa la construcción casi burda con la que se construye a los soldados que deben disparar los misiles y más aún la moral con la que se les impregna. ¿Un soldado se sigue cuestionando decisiones que son parte del trabajo con el que ha decidido lidiar? ¿En la actualidad los soldados siguen pensando cuestionamientos relacionados a la ontología de la tarea para la cual han decidido prestar servicio?
El guión hacia el final potencia este conflicto, y la poca credibilidad de las actuaciones de Aaron Paul y Phoebe Fox, no hacen más que resentir una trama en la que, rápidamente iniciada la acción, el conflicto termina por disolverse y se estira como un chicle la eterna resolución que se espera.
Excepto las actuaciones de Mirren, Rickman y Abdi (que compone a un agente encubierto en la zona de conflicto y que se desespera por una niña que vende pan en el lugar a ser exterminado), “Enemigo Invisible” se presenta como un filme de fórmula, frío, distante, y sin otra intención que narran de manera predecible una historia débil y que rápidamente será olvidada.