Piezas de la vida y obra de un maestro. No hay una única fórmula para emplear la música en el cine: hay maravillosos films sin un segundo de música, o con música únicamente diegética, o con leves melodías incidentales, y podrían seguir enumerándose posibilidades sin agotarse. Están también los que recurren a un autor que lo complete, con una banda sonora especialmente compuesta para la ocasión. De estos últimos ha habido muchos; maestros como Ennio Morricone, muy pocos.
El documental de Tornatore destinado a recorrer la vida y obra del tenaz artista italiano es convencional en su estructura, recordando a cierto tipo de producciones que se estrenaron con éxito en los años ’70 y ‘80 (That’s Entertainment!, That’s Dancing!), que interesaban no porque exploraran el material abordado sino por su valor de divulgación y por recopilar grandes momentos de la historia del cine, rescatándolos del olvido y devolviéndoles el esplendor del color y el sonido en pantalla grande. Como en esos ejemplos, en Ennio, el maestro aparecen numerosos entrevistados (de Bernardo Bertolucci y los hermanos Taviani a Darío Argento, de Bruce Spreengsten a Wong Kar-wai y Terrence Malick, de quien solo se escucha la voz), constantes comentarios elogiosos, fotografías de archivo y un criterio informativo casi televisivo, sino fuera que todos y cada uno de los fragmentos de películas que van asomando (después de una primera media hora centrada en la familia, los estudios del joven Ennio y su incondicional amor a su mujer María) ofrecen un continuado de placer para el espectador cinéfilo, como si ingresara en una montaña rusa atravesada todo el tiempo por los recuerdos, las revelaciones, la sorpresa y la emoción.
Ver una escena de Érase una vez en América (1984, Sergio Leone), escuchando de fondo la conmovedora música que el maestro compuso e interpretó para la misma, podría resolverse más o menos fácilmente con una búsqueda en la web: en este caso, el disfrute está en verla y escucharla en óptima calidad en una sala cinematográfica. Gracias a esa sucesión de movilizadores momentos, los 156 minutos de Ennio, el maestro se convierten en una suerte de viaje por el cine (no solo italiano) de los últimos setenta años.
El trabajo de Tornatore es riguroso y serio, aunque no exento de efectismos, por ejemplo al editar secuencias de muchas películas para activar la adrenalina, o al cargar de euforia el tramo final. Otras críticas que pueden hacérsele tal vez dependan de las expectativas personales: es una lástima que la versión original de Dulce Pontes de A brisa da coraçao de Sostiene Pereira (1995, Roberto Faenza) sea reemplazada por una más estridente en un concierto, y si bien resulta inevitable que varias bandas sonoras no figuren, hubiera sido un acierto que no faltara la de Tiro de gracia (1990, State of grace, Phil Joanou), probablemente una de las mejores, aunque menos emotiva y popular que las de La misión (1986, Roland Joffé) y Cinema Paradiso (1988, Tornatore).
Mientras tanto, el film rebosa de anécdotas, algunas especialmente satisfactorias para quienes gustan de los secretos de la realización cinematográfica y la composición musical. Además de ese tipo de explicaciones minuciosas, a veces simpáticas e incluso brillantes, el itinerario pasa por diversos géneros cinematográficos y experiencias musicales: provechosos tanteos sonoros para un cine más audaz (I pugni in tasca), una pegadiza canción para un film de Pasolini (Pajaritos y pajarracos) o una balada pop devenida himno (H’ere’s to you, interpretada por Joan Báez para Sacco y Vanzetti), sin dejar de lado las búsquedas para westerns de Leone, Corbucci y otros.
En los intersticios de Ennio, el maestro aflora también la denodada lucha de Morricone en búsqueda de reconocimiento, superando el desdén de los académicos y hasta la humillación de retaceársele un premio Oscar. El Ennio inseguro, sensible, entrañable, se impone en esos breves momentos por sobre el artista talentoso y la aplaudida figura pública.
Por Fernando G. Varea