Genio Morricone.
El documental de Tornatore es una sinfonía de emociones alla italiana. Como ocurre con Cinema Paradiso, el relato emotivo y melodramático de Tornatore, constituye también aquí un homenaje no sólo al Morricone, sino al cine, al que el celebrado compositor ha aportado significativamente con su arte musical. Como en aquel film de 1988, en este documental se relata la historia de un niño de familia humilde que hace carrera en la actividad cinematográfica; y como el adulto de la película, invitado a revisar la historia de su infancia por la noticia inesperada de una muerte y por la demolición de la sala de cine de su pueblo, Morricone es invitado, y nosotros con él, a reconstruir aquella historia, una vez que el compositor ya ha fallecido hace 2 años.
La historia de Morricone como compositor, la consagración magnífica que alcanza con su obra es casi una metáfora de la consagración misma del espectáculo cinematográfico en el sistema de las artes. Como sucede con el cine, la fama inicial y el reconocimiento popular del músico italiano no le deparó el reconocimiento de la academia ni de sus pares, que despreciaban el cine como una manifestación bastarda del arte moderno. Uno de sus colegas reconoce en el documental, que ni su maestro ni él mismo pudieron entender al comienzo el valor del trabajo de Morricone. Para valorar esa música hay que ponerla en diálogo con las imágenes, pero no en el sentido de una actitud servicial, donde la música acompaña educadamente, sin molestar, a la imagen, sino en el sentido del contrapunto. La composición de Morricone es un contrapunto entre imagen y sonido, de modo tal que el temperamento propio de la imagen es revelado, casi violentamente, por la música. Como si la partitura de Morricone tuviese la capacidad de revelar psicológicamente elementos que la imagen se obstina en ocultar.
Sus primeras composiciones en el western son sintomáticas en este sentido: en Per un pugno di dollari (1964), por ejemplo, presenta un motivo musical que tiene la impronta de un carácter: se trata de un silbido sobre un fondo de rasgueos de guitarra. El silbido traza, con ojos de impresionista, los atardeceres desolados. Y aunque aquí no se encarna el motivo en ninguna aparición diegética, en los westerns subsiguientes, los elementos musicales empiezan a participar gradualmente de la diégesis hasta constituirse en parte de la personalidad del protagonista: en Per qualche dollaro in più, el motivo musical, los sonidos quebrados de un acorde menor, es activado por Indio ante cada enfrentamiento; y en Once upon a time in the west, el motivo musical (un glissando de armónica) es la carta de presentación del personaje encarnado por Charles Bronson, quien toca más de lo que habla.
Pero precisamente por esta misma capacidad de anonadarse en la imagen y renacer con ella en un constructo complejo, su trabajo no podía ser valorado con los parámetros de una concepción propia de la música absoluta del siglo XIX.
No creo que a Petrassi le gustara el trabajo que hacía. Tampoco me gustó mucho. Una vez me llamó, cuando él era joven, de una manera bastante conmovedora. Dijo que yo era un purista y él había traicionado. Ennio, a su manera, sufría algún complejo de inferioridad por abandonar la pureza del compositor, a la imagen petrassiana, pero Petrassi traicionó esa pureza más de una vez. Petrassi no podía entender… ¿Qué tenía de especial Ennio? Su capacidad de identificarse con la situación, con la escena. (Boris Borena, compositor).
Periodista: -¿Qué opinas de la colaboración… entre el compositor y el director en la música de cine?
–Creo que es totalmente antiartístico… (Giovani Petrassi, compositor)
Petrassi también hizo bandas sonoras. Aunque Petrassi nunca pensó que la música de cine era música, Ennio lo consideraba así. (Roberto Faenza, Director)
La música de Morricone armonizaba mejor con los criterios estéticos del montaje y el contrapunto industrial del arte del siglo XX.
Como sucede con los homenajes sinceros y entusiastas, que contagian a otros de su sinceridad y entusiasmo por lo celebrado, lo mejor del homenaje al hombre, es la voracidad in crescendo que se aloja en nosotros por el conocimiento de su obra. Yo mismo, que conocía superficialmente, y una parte muy exigua, del trabajo de Morricone, he comenzado un peregrinaje fascinante por el laberinto de sus paisajes sonoros. No se le puede pedir más a un homenaje, que el hecho de ser transformado uno mismo en el homenajeador. Y Tornatore puede quedarse tranquilo de que, al menos conmigo, lo ha logrado.