El largo adios
¿Cómo hacer para que algo del orden de lo particular, e intimo, se desarrolle de manera tal que sirva para la circulación del duelo personal ante la perdida y simultáneamente interese a otro?
Esta parecería ser la búsqueda que la directora se establece a priori en la realización de este documental, personal, intimo, y transformarlo en algo universal mientras la acompañamos en el proceso al que nos permite entrar.
Con muy buenos recursos narrativos, pocos pero muy bien utilizados. Diálogos, fotos, recuerdos. Toda una reconstrucción.
El disparador se pronuncia en la gata de Macarena Albalustri, Liza, hace días inapetente, triste, come poco, juega menos.
Se precertifica el temido final, el mismo que la conecta con un duelo no terminado, o la imposibilidad de realizarlo, el de su madre, quien falleció hace una década.
Los sonidos del silencio vuelven a producirse, la enfrentan con ese duelo oprimido y opresor. El tiempo cura las heridas pero no las elimina, y cuando vuelven abrirse, duelen, mientras intenta encontrar cuál es el gesto del adiós.
Esto hace que deba recurrir a sus referentes familiares, interrogar para reconstruir y despedirse.
Todo se empatiza con el entrecruzamiento de una realidad expuesta con la ficción que se establece desde esos recursos mencionados, el desarrollo del guión, las elecciones sobre que poner o como continuar, el mismo montaje es discutido por su realizadora con su equipo, la música, el tono del filme todo.