La buena enseñanza es un concepto muy discutido dentro de las ciencias didácticas, de hecho hay varias corrientes que plantean postulaciones muy opuestas acerca del proceso de enseñar y aprender que ocurre en la transmisión de saberes, valores y destrezas. Van desde el educador que ve en el alumno una tabula rasa a la cual hay que llenar de conocimiento, a aquellas teorías que plantean que el acto educativo depende sólo de la espontaneidad y del deseo del aprendiz siendo el enseñante sólo un acompañante que funciona como guía al sostener esta práctica.
La película se monta sobre estas cuestiones, para desarrollar una comedia dramática por momentos muy romántica, que aborda el alcance que tiene en el sujeto el sistema educativo formal, y la enseñanza no formal, como aquellas experiencias de vida que modifican nuestra existencia. De todos modos la cineasta Lone Scherfig no puede evitar caer en las mismas contradicciones que tienen los montones de escritos que estudian a la educación en sí misma.
Jenny es una adolescente de la rígida Londres allá por comienzos de los años 60, que se destaca por ser la más brillante de su clase, responde puntillosamente a la demanda paterna, de ingresar el próximo año en la prestigiosa Universidad de Oxford, amante de las artes y el conocimiento. Afortunadamente el azar la sorprende y se cruza con David un hombre bastante mayor, de muy buen pasar y conocedor de los grandes placeres de la vida, así esta chica ejemplar queda cautivada con su príncipe azul.
A partir de ahí, Jenny puede olvidarse un poco de los libros, baja su rendimiento académico, enfrenta al padre y a sus superiores y se entrega a su amado, que es él quien ocupa ahora el rol de principal educador, enseñándole otros aspectos de la existencia, dentro de un exclusivo circulo social y codeándola con gente que al parecer la tiene más clara, en cuanto al deseo se refiere, que lo rígidos e impecables modelos que ella tenía hasta el momento.
Claro que no todo es como parece y cuando la limosna es grande hasta el santo desconfía, este nuevo abrir de ojos de Jenny viene acompañado de un enceguecimiento en otros terrenos.
La película funciona muy bien como entretenimiento, no aburre en ningún momento, se disfruta, conmueve y fascina, las situaciones cómicas son muy efectistas y hacen reír realmente, el punto más alto, son los personajes que desfilan en todo film, cada uno con los mecanismos de defensas a flor de piel, presentan una imagen y posición en el mundo firme pero que esconden muchísimas dicotomías e inseguridades en sus vidas.
Esto se logra, gracias a la dirección de excelentes trabajos interpretativos que realizan todos los actores. Se destacan Carey Mulligan en su papel de Jenny siendo una verdadera revelación; lo de Alfred Molina, como ese padre que encarna al Super Yo (los mandatos y el ideal) pero que luego flaquea ante el deseo de su hija es brillante, y Emma Thompson con cortas apariciones pero contundentes.
Sin embargo queda ahí, en el pasatiempo, por momentos está plagada de recursos clichés: Jenny es estereotipadamente la típica chica hermosa e inteligente, admirada por pares y superiores, con dos amigas, no tan agraciadas, que no tienen vida propia, sólo les queda el ser espectadoras de las hazañas de su bella compañera; unas cuantas escenas archivistas en películas románticas o telenovelas, como lo es, a modo de ejemplo, la noche en la que él le pide casamiento.
El film hace agua cuando intenta alejarse del mero esparcimiento y quiere dar un mensaje, se contradice, pierde lógica, eso que cuestiona tan vehementemente como mandatos sociales al principio, luego no puede sostenerlo, da un giro de 360 grados y se vuelve a foja cero, queda atrapado en el conflicto amoroso y el relato se reduce a una dicotomía entre el ideal de Oxford vs. la vida frívola de la alta sociedad.
En este punto, me alivia que después hallan llegado Los Béatles, Los Stones, Pink Floyd o La Naranja Mecánica que hicieron un poco de ruido en una sociedad tan conservadora como lo era la inglesa.