Un cuento japonés
El hijo del reconocido pintor Luis Felipe Noé es de esos directores que gustan, buscan, viven de la provocación. Alejandro González Iñárritu y Lars Von Trier también forman parte de esta camada de enfants-terribles que hacen de cada una de sus películas un "acontecimiento", que se alimentan de la controversia, del ámelo u ódielo, del tómelo o déjelo. Todos ellos son virtuosos estetas, pero nunca termino de creerles. Sus películas me resultan demasiado pretenciosas, miserables, calculadas, artificiales.
Noé estrenó todos sus films en el Festival de Cannes: el mediometraje Carne y los largos Solo contra todos e Irreversible. Con Enter the Void, rodada en Japón, da muestra de su indudable capacidad para la puesta en escena que incluye alardes técnicos pocas veces vistos, pero también de sus excesos, sus desbordes y sus situaciones arbitrarias, decididamente gratuitas.
Sexo explícito, un aborto en primer plano, un choque automovilístico que termina con cuerpos destrozados, asesinatos, consumo de drogas químicas que dan lugar a largas escenas lisérgicas y las enseñanzas de El libro tibetano de los muertos son sólo algunos de los elementos que Noé acumula en las casi tres horas de este “melodrama psicodélico” -tal como él mismo lo definió- narrado primero desde el punto de vista de una cámara subjetiva que sigue a un dealer (Nathaniel Brown) por el submundo nocturno de Tokio y, cuando éste es acribillado por la policía, con una cámara “voladora” (el espíritu del muerto) que sigue desde el cielo las desventuras de su hermana (una stripper interpretada por la bella Paz de la Huerta) en complejos planos-secuencia.
Semejante explotación de calamidades convierten al relato en un tour-de-force que, en mi caso, se pareció a un (laaaargo) suplicio. Sé que Noé tiene muchos seguidores (es un típico cineasta de culto con ínfulas de profeta), pero no me incluyan en su club de fans. Para este "cuento japonés" revestido de viaje espiritual y con discurso moralizador por favor no cuenten conmingo.