Un mundo lisérgico
La tercera película del realizador de Solo contra todos (Seul Contre Tous, 1998) e Irreversible (2002) plantea la posibilidad de ingresar en la mente de un hombre que acaba de morir. Destinada inevitablemente a la polémica, Enter the Void (2009) volverá a dividir las aguas.
Oscar (el debutante Nathaniel Brown) vive hace algunos años en Tokio, en donde trabaja como dealer. Su hermana Linda (Paz de la Huerta) reside en la misma ciudad y es streeper. Es decir, ambos transitan la zona más oscura de la ciudad. Pero una vez que Oscar muere en medio de un hecho un tanto confuso, la película ingresa en una zona aún más densa y –si se quiere- espiritual.
El hecho de que ese momento funcione como una “bisagra” en el relato, es el puntapié para que los detractores de Noé encuentren más argumentos para detestarlo, mientras que los seguidores reconfirmen su admiración. A partir de allí, la película se centra en las vivencias del muerto, en su tránsito hacia el más allá. Para algunos, una puerta al morbo y a la inconsistencia dramática, pues el punto de vista no sólo deambulará espacial (con tomas aéreas: no olvidemos que seguimos a un espíritu) sino temporalmente. Y allí reconstruiremos los momentos previos al fallecimiento, pero también los inmediatamente posteriores y los muy anteriores, hasta llegar a la base de esta relación tan cercana (casi incestuosa) que definió al amor de Oscar y Linda.
En ese tránsito lisérgico (hay drogas de prácticamente todos los colores y texturas) veremos más de una vez el accidente automovilístico en el que murieron los padres de los hermanos, quienes se salvaron de milagro. Pero también la sórdida vida que los esperó en la adultez, en donde es moneda corriente los vicios, el sexo, las traiciones y la violencia.
Es indudable que Noé ha hecho de la provocación su programa estético, desmesurado desde donde se lo mire, incluso en cuanto a su duración (160 minutos). Desde este punto de vista, su visión respecto de los dramas que aborda es, cuanto menos, pornográfica. Aquí la exploración es pura y dura, y se traduce en abstracción para reconstruir la percepción del drogadicto, pero también en registro explícito para mostrar un feto recién extraído, por ejemplo. También es indudable que el director opera con virtuosismo: su cámara cautiva e hipnotiza, y roza inevitablemente lo abyecto. Menos convincente es el trasfondo metafísico con el que encauza la historia: el muchacho antes de morir leyó El libro de los muertos tibetanos, lectura premonitoria, por lo visto.
Enter the Void es una película que puede ser pensada como la obra de un realizador que ha perfeccionado su imaginería visual hasta irritar. No hay una sola secuencia que no exponga una elaborada dirección de arte. ¿Amerita esta cualidad que la trascendencia que propone el film llegue a la misma vacuidad? Hay quienes dirán que ese vacío es, precisamente, lo que el relato expone de forma honesta. Gaspar Noé caerá muy bien a algunos y muy mal a otros, pero como pocos cineastas ha vuelto a revivir la discusión por la forma y el contenido en el arte. Bienvenido sea.