El director Gaspar Noé es al mundo del cine lo que Pomelo, el personaje de Diego Capusotto, al rock.
Son tan burdas sus intenciones de demostrar que es un cineasta profundo y controvertido que sus trabajos terminan siendo obras tediosas y vacías de contenido que a la larga generan risa.
No te queda otra que verlas como comedias bizarras.
En un punto sus filmes no son tan distintos a lo que suelen ser los trabajos pretensiosos de Lars Von Trier, otro gran generador de pajas pseudo intelectuales, cuyos personajes con vidas ultra sufridas y atormentadas son tan realistas y creíbles como el combate de Arnold Schwarzenegger, solo contra un ejército, en Comando.
En el caso de Noé el problema es que su cine es burdo y repetitivo. Es como un nene caprichoso que quiere llamar la atención y entonces realiza esta clase de bodrios con los que se propone generar una provocación en los medios.
El tema es que al ser tan burdo todo lo que hace se complica mucho tomarlo en serio y ya directamente terminó por aburrir.
Enter the void, de movida, comienza con un plagio burdo al clásico de Jean Luc Godard, Una mujer es una mujer, que en 1961 sorprendió con una secuencia loca de créditos iniciales que fueron “homenajeados” en más de una ocasión.
El refrito de Noé es un cartel luminoso donde grita a los cuatros vientos “miren como le rindo tributo a Godard!”
Luego viene la historia de un vendedor de drogas que lo mata la policía y su espíritu continúa flotando en las calles de Tokio mientras sigue la vida de su hermana stripper a la que prometió no abandonar.
Toda la trama es filmada desde el punto de vista de una cámara subjetiva que representa la mirada del protagonista. En un principio sus experiencias lisérgicas son visualmente atractivas y están muy bien logradas, si bien no brindan nada nuevo que no se haya visto en los clásicos del cine lisérgico de los años ´60 como The Trip, de Roger Corman o Pasaporte a la locura (Psych-Out) con Susan Strasberg, la gran actriz de este subgénero.
El problema de este estreno es que te satura con la repetición. Noé es tan burdo en sus intenciones que su trabajo termina resultando hueco.
Las mismas experiencias lisérgicas que un comienzo parecían interesantes luego se vuelven molestas por la repetición y la duración que tienen esas escenas.
Pese a todo, eso no es lo peor.
Si en Irreversible te mostraba una violación de diez minutos entonces acá retrata en primer plano un aborto y luego filma un accidente con cuerpos mutilados.
Pero todo esto no le basta y encima le suma a la trama las enseñanzas de “El libro tibetano de los muertos” que le otorga al film un contenido espiritual, que tiene la misma profundidad que un seminario de El Arte de Vivir.
Lejos de hacer un film profundo lo que logra con todo esto es generar un gran aburrimiento.
Los 160 minutos de duración son realmente una tortura y la historia hueca que intenta venderte como una experiencia visual introspectiva se vuelve insufrible.
En Irreversible, con todas las cosas que se le podría criticar por la crudeza de la violencia, al menos narraba un cuento coherente. Enter the Void es puro cotillón.
Otro festival de esnobismo que nos regala el Pomelo del cine.