Si hay un auténtico vine adolescente, es el de Gaspar Noé. Después de dos películas interesantes (Carne y Solo contra todos) donde mostraba su interés por lo sórdido y la preocupación sin por eso renegar de sus personajes, a partir del impresentable Irreversible (un alarde gratuito de violencia que tenía su pico en una secuencia de violación puesta para “provocar”, del mismo modo en que “provoca” un nene de quince años pintando un sexo en la puerta de un baño) produjo este film que es la historia de un joven dealer que muere y mira desde el cielo lo que le pasa a parientes, amigos y enemigos. Un enorme y complejo aparato cinematográfico que hace del “trip” final de 2001 -Noé es admirador de Kubrick- un pequeño gag. De paso, decide incluir cosas como un aborto explícito, sexo explícito, accidentes explícitos y toda posibilidad de ver cómo uno o varios cuerpos son apenas cosas que no pertenecen a los seres vivos y, por lo tanto, se los puede manipular y romper a gusto y placer del cineasta. Allá él, está en su derecho. Pero su provocación es vieja e inútil, y cae en el vacío que menta, más explicitud, el título del film.