Enterrado

Crítica de Sergio "Brujito" Olivera - CiNerd

UN RESPIRO

Hace tiempo que en el cine de las grandes industrias se ve una falta de ideas, originalidad y compromiso para con las historias a contar que raya lo obsceno. En una época aquejada por el fantasma del “ya está todo dicho” es fácil percibir como los productores de la gran industria recurren una y otra vez a ciertos tipos de películas que, sin duda, dejarán su marca en la década, películas que (cabe aclarar) varían tanto en calidad de una a la otra, como en éxito de taquilla. Así vemos, por un lado, a viejos héroes de la infancia llegando, con suerte dispar, a la gran pantalla. Películas (o intentos de) basados en dibujos animados, videojuegos, comics, novelas, cuentos, series televisivas y cuanto material susceptible de ser convertido en audiovisual se encuentre. Por otro lado, la oferta Hollywoodense nos inunda con clásicos del cine remasterizados que, a grosso modo, significaron un fracaso tras otro (sin mencionar el “daño” innecesario realizado a las películas originales). Y finalmente vemos un leve (aunque a veces deprimente) intento por resurgir; la gran maquinaria intenta ponerse nuevamente de pie apoyándose en algunos géneros imperecederos. Pero más allá de esto, no se ha dejado ver (hasta hoy) una reinvención siquiera parcial de lo que fue el cine de un par de años atrás. Incluso con todos los cambios sociales, políticos, económicos, ambientales, etc. que ha experimentado la humanidad no se ha logrado una renovación en las historias. Y es en este punto donde ENTERRADO (BURIED, 2010) imprime su diferencia. Cambia el contexto mundial, cambian los líderes políticos, las ideologías del mundo, cambian los conflictos y los escenarios bélicos. Donde antes fue Vietnam ahora es Irak. Y es justamente aquí donde encontramos a Paul Conroy (Ryan Reynolds) enterrado vivo.

Desde hace tiempo se hace necesario un aliciente al cine calidad B (o C) que nos intenta vender a un Estados Unidos víctima que se defiende ante un ataque artero; una tras otra las películas que toman a Irak como punto de partida intentan defender un concepto tan imperialista como irrisorio, la idea de “buenos” y “malos” en un conflicto bélico. BURIED se muestra como una bocanada de aire fresco ante los decepcionantes estrenos que se suceden retratando de un modo u otro el avance armado Norteamericano en Oriente. Interesante paradoja que la bocanada provenga de un film ampliamente dominado por planos cortos y sofocantes, de un escenario que se reduce a un cajón, de un Ryan Reynolds que se reduce a la porción de cuerpo que entre en cuadro.

Frente a lo que uno podría esperarse nos encontramos ante una película que hace honor a los preceptos básicos del cine, y es ahí donde radica el hecho de que funcione tan bien durante noventa minutos con tan poco para mostrar en la pantalla. BURIED posee un guión tan bueno como original estructurado con maestría en lo que dura el film, en el cual la información se va desgajando de a poco, dejando que el espectador se anteceda de a ratos a la acción y participe activamente de la película. Si conjugamos esto con una excelente fotografía, unas banda sonora y uso de cámara que generan en el espectador un efecto de sofocamiento tanto o más grande que la película en sí (es de destacar el uso de planos en los que es más lo que se adivina que lo que vemos) y un montaje arraigado en el videoclip que no da respiro ni tregua, estamos sin duda ante una gran película.

Paul Conroy es un chofer de camiones dependiente de una empresa estadounidense que durante un ataque de insurgentes iraquíes es tomado como rehén. Durante el ataque Conroy se desmaya, producto de un golpe en su cabeza, y al despertarse se encuentra amordazado y enterrado vivo, con lo cual deberá emprender una carrera contra el tiempo para conseguir el rescate que piden sus captores para liberarlo antes de un plazo máximo de tiempo. El toque inesperado de esta historia recae en que no se caen en salidas fáciles (como flashbacks, imágenes de los captores, etc.) frente al planteo de la película. En ningún momento la cámara abandona el cajón en donde Conroy se debate por su vida. Frente a esto, se resuelve con maestría la dosificación de la información con el uso de un teléfono celular (verdadero co-protagonista de Reynolds) a través del cual conocemos a una amplia gama de personajes tales como, su secuestrador, agentes del FBI, sus superiores en la empresa, etc. Las charlas que mantendrá Conroy con cada uno de ellos irán llevando a la película hacia su resolución (para aplaudir de pie: la charla que mantiene con el Gerente de Personal de la empresa a la que pertenece). A partir de esto esta película hará una fuerte crítica a los modos burocráticos de los altos mandos estadounidenses para con sus ciudadanos. Gobierno, autoridades, empresas, ejército, etc. caerán en la misma bolsa, mostrarán una misma cara y darán un mismo mensaje: el ciudadano es prescindible frente a la causa de Estados Unidos en Irak; simples peones que pueden ser sacrificados en pos de mantener una imagen y sostener una posición política.

Finalmente, cabe destacar la enorme tarea de Ryan Reynolds que mantiene una gran relación de retroalimentación con los medios técnicos de la película que permite que todo se mantenga en un equilibrio constante. Sus altibajos emocionales (punto alto del guión que nos libera por pocos segundos para introducirnos desde la calma momentánea a nuevas situaciones, cada cual más tensionante que la anterior) son muy bien apoyados con los juegos de cámara y montaje y con una banda sonora que llevan los picos de tensión a niveles insospechados (punto para Rodrigo Cortés, director). Amén de esto, la actuación de Reynolds se ubica entre las mejores de su carrera por una cuestión lógica, sostiene a la película con la expresividad de su rostro y cuerpo y con las charlas que mantiene a través del celular. No hace falta un interlocutor visible ni salir del cajón, sólo con Conroy en escena y alguien del otro lado del teléfono basta para construir una película que, con todo lo claustrofóbica y tensionante que resulta, funciona de un modo extraordinariamente liberador para el espectador.