No libertad, no amor
Entre dos mundos (Bein Haolamot, 2017) es un drama sobrio concentrado en un conflicto religioso familiar que muestra cómo la misma religión, que ordena la vida de los personajes, puede hacer que el recuentro, la ausencia, la nostalgia, el arrepentimiento, la expiación, el origen materno y sobre todo, el amor y la libertad, sean arrancados de su devenir natural para convertirse en consecuencias violentas.
Tras un atentado terrorista Oliel de 25 años queda en estado vegetativo internado en un Hospital de Jerusalén. A ese lugar se presentan dos mujeres, primero su madre Bina, a quien no veía hace muchos años debido a que Oliel dejó su casa por romper con las tradiciones de su familia, y también su novia Amal, quien no puede revelar su identidad árabe y dice estar al cuidado de otro interno para estar cerca de su novio. A partir de allí las dos mujeres comienzan a relacionarse bajo la tensión de que la verdad se descubra y cambie el buen clima existente entre ambas.
La película trae el tema de las razas y creencias religiosas como elementos de tensión para la buena relación entre los personajes. Lo hace de manera interesante y desde un nuevo punto de vista, pues si bien estamos ante el eterno conflicto árabe-israelí, el espacio de acción deja de ser el campo de batalla para concentrarse en un solo escenario donde la fragilidad de los enfermos hace que las personas parecieran olvidar sus orígenes y puedan relacionarse mejor. No obstante, luego aparece nuevamente la idea religiosa que termina por dinamitar todo, al mostrar lo profundo que resulta para algunos seres humanos su relación con sus dioses y la visión del mundo más allá de la muerte.
Es loable como la película no intenta adentrarse en el documental o mostrar los efectos de los atentados terroristas de fondo, ni armonizar las diferencias raciales o menos generar reflexiones de manera intencional. El espectador pensará después, pero la película hace todo de manera directa y concreta en el hospital porque -si bien se ven otras locaciones- intenta seguir la idea de una tragedia griega donde espacio y tiempo coinciden. En este caso el drama gira alrededor del hijo herido.
Sin ser una obra maestra, la película es atractiva por centrarse en dicha tensión. Resulta conmovedora ya que apuesta más que nada por las sensaciones de sus personajes y, aunque bordea el melodrama, el film esquiva cierta liviandad menos impactante. Ahí estamos en un clima Chejoviano -aunque también de Beckett- con personajes esperando sin otra cosa que relacionarse en el mismo espacio con el origen de Amal siempre a punto de develarse.