La confluencia
El flamante trabajo de Ariel Borenstein y Damián Finvarb, el equipo de documentalistas responsables de joyitas recientes como La Crisis Causó dos Nuevas Muertes (2006), En Obra (2013) y Viaje al Centro de la Producción (2014), una vez más constituye una prodigiosa indagación en torno a los desastres provocados por el nuevo capitalismo de la miseria y la represión en los colectivos sociales de la República Argentina, aunque hoy con la salvedad de centrarse en un episodio/ caso mucho menos conocido para el público general como es la vida, muerte y obra de Salvador Benesdra (1952-1996), un escritor, periodista políglota, traductor, militante trotskista y psicólogo que en esencia es recordado por su única novela, El Traductor, suerte de radiografía de la década del 90 y las múltiples crisis que trajo el menemismo y su avanzada en pos de terminar de desmantelar el Estado.
Si bien hay una clara conexión entre los opus pasados y el presente en lo que atañe a la preocupación por examinar el campo de la militancia de izquierda contra los ajustes y la ideología y tácticas empresariales de la oligarquía y los mass media del mainstream, en esta ocasión tenemos un enfoque más minimalista ya que hablamos de una confluencia de factores que abarcan la creación artística, el componente autobiográfico de la misma, la precarización laboral en Argentina, el inconformismo de las bases obreras, la lucha por mejores condiciones de vida y trabajo, las relaciones románticas del retratado y cómo éstas influyeron en su producción literaria, los problemas psicológicos vinculados a la figura del “creador maldito”, el ninguneo del que fue objeto por las editoriales por la naturaleza áspera de sus textos, y la desocupación como un fantasma que se transforma en realidad.
A través de entrevistas a colegas, amigos, conocidos y parejas del susodicho, Borenstein y Finvarb toman al caso como una excelente excusa para repensar tanto lo esquemático e inestable de la sociedad/ condición argentina como los mismos prejuicios y limitaciones uniformizadoras del campo literario, el cual -como cualquier otro enclave de la industria cultural- tiende a privilegiar y legitimar sólo obras conservadoras cercanas al fetichismo de lo privado y la idea de lo “pequeño bello”: el libro que concibió el autor, encarado desde un gigantismo narrativo ambicioso propio de Charles Dickens o León Tolstói, rompía todos los moldes de aquel momento -esos que son idénticos a los contemporáneos, dicho sea de paso- y de este modo la novela, completada en 1994, permaneció inédita hasta 1998, dos años a posteriori del suicidio de Benesdra al arrojarse del décimo piso de su departamento.
Entre Gatos Universalmente Pardos (2019) va más allá del simple derrotero profesional y personal del protagonista, ese que lo llevó a viajar a París y Múnich, a trabajar en la primera etapa de Página/12 y a sufrir insistentemente brotes psicóticos que enturbiaron sus noviazgos, sobre todo porque el film consigue retratar la complejidad del individuo y de su tiempo desde diversas perspectivas que en buena medida sintonizan con la noción del conflicto escalonado tracción a una angustia en consonancia con el tambaleo de los ideales marxistas de igualdad y justicia a escala internacional luego de la Caída del Muro de Berlín y el colapso final de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. La visión fatalista del porteño ante este estado de cosas, a la par -por supuesto- de la clásica desidia estatal y el maquiavelismo empresarial de siempre, terminaron transformándolo en una víctima más del olvido que padece la cultura y el pensamiento crítico en general en nuestro país, lo que vuelve a poner en primer plano la necesidad de una militancia permanente en pos de un humanismo de izquierda que elimine la estratagema del saqueo oligopólico omnipresente desde las execrables cúpulas del poder y sus socios en la patética mafia mediática actual…