Cualquiera diría que las anécdotas más apasionantes sobre la creación de un diccionario no pasan de discusiones sobre filología. Según fue narrada por el escritor y periodista Simon Winchester en su best seller El profesor y el loco, la confección del primer diccionario de lengua inglesa de Oxford resultó la más inesperada de las aventuras: no solo la titánica tarea de compilar todas las palabras del inglés recayó en un lingüista amateur que abandonó la secundaria, sino que su principal colaborador fue un esquizofrénico encarcelado en un asilo por homicidio.
Esta historia capturó la atención de Mel Gibson, quien estuvo años intentando llevarla a la pantalla. En el proceso, el film le fue quitado de las manos (y de las del debutante Farhad Safinia, guionista de Apocalypto, quien firma aquí con seudónimo, nunca una buena señal) y reeditado por los productores. Acaso esto explique varios agujeros de la trama. Sin embargo, no justifica la brutal sobreactuación de Sean Penn, que hace su propia compilación de cada uno de los manierismos de un loco, ni el burdo intento de anabolizar la trama con una improbable historia de amor o con villanos de cartón que cumplen con la mecánica tarea de interferir con el protagonista.
En una época en la que las disputas lingüísticas, como las que genera entre nosotros el lenguaje inclusivo, están hasta en las mesas de café, este relato podría haber resultado una muy oportuna intervención. En cambio, el mismo tema que vuelve la historia atípica y apasionante es rápidamente dejado de lado para caer en otro drama convencional sobre la amistad entre dos hombres obsesionados.