He aquí una gran historia, basada en hechos y personajes reales, que podría haber sido una gran película. El profesor y el loco, tal el título original, es un largo y no demasiado inventivo relato sobre dos personajes, primero separados, juntos en el, digamos, tercer acto, tan disímiles como complementarios. El profesor James Murray (Mel Gibson, que como director acredita filmes mucho más interesantes) fue un escocés que recibió un encargo en apariencia imposible: redactar el primer diccionario de Oxford de lengua inglesa. Todas las palabras, todas, debían estar ahí con su debida explicación etimológica. El loco, el médico estadounidense William Minor, traumatizado por los horrores de la guerra, asesino de otro en pleno brote psicótico y encerrado en un hospital. Cuando Murray publica una convocatoria a voluntarios -otra forma no había de terminar el encargo- para colaborar en su obra, Minor parece encontrar, desde su celda, una razón para volver a vivir. Es decir, a trabajar y a pensar como un hombre en sus cabales. Tanto talento y pasión le pone a su colaboración que su aporte resulta fundamental y no tardarán, ambos, en encontrarse. El problema principal, en lo que podría haber sido un historia conmovedora de la locura salvada por el amor a las palabras, es Sean Penn, que nos impide conectarnos con Minor a pura sobreactuación. Una lástima, entre otras que no alcanzaremos a enumerar acá, que hacen de esta película chapada a la antigua, previsible y destinada al pozo de la cursilería, una sombra del proyecto que pudo llegar a ser.