Abundante carnadura dramática para una historia sobre el significado de las palabras.
El cine nace de la palabra y -tan paradójica como habitualmente- el cine sobre las palabras no es lo que se dice muy cinematográfico, valga la redundancia. Sin embargo, cada tanto surge una propuesta enmarcada en dicho tema que hace el intento de revertir este concepto y consigue, en el mejor de los casos, una película interesante de ver por el pensamiento que manifiesta.
Entre la Razón y la Locura, si bien tiene una base histórica, sobrepasa todas estas expectativas al tomar algo tan académico y anti-cinematográfico como la creación de un diccionario para entregarnos dos personajes de gran riqueza y una abundante carnadura dramática.
El lenguaje dentro del lenguaje
El personaje de Steve Coogan le pide al de Mel Gibson que se acerque a escuchar una discusión que su mujer está teniendo con las empleadas de servicio. Coogan le dice a Gibson que el lenguaje siempre cambia, siempre se renueva, porque lo crea la gente, día a día, no un diccionario. Ese texto es un medio más que un mensaje. O bien, a riesgo de sonar obvio, el medio que hace posible ese mensaje.
Esta podría ser la única manifestación netamente intelectual que tiene la película y es donde muchas películas sobre el mundo de las palabras se conformarían. Sin embargo, es el contexto que hace posible que su significado cale más hondo.
Le dice al espectador, le recuerda sutilmente, que el compendio de uno de los idiomas más hablados del mundo, que es, fue y será de constante consulta, es la creación de un hombre muy instruido pero sin credenciales, y de un hombre que sí las tiene, pero está hundido en la insanía. Es decir, un documento que no podría ser más ortodoxo y académico es la creación de dos personas que no podrían estar más alejadas de esas dos definiciones.
Es una historia donde las palabras se manifiestan en imágenes, literalmente. Donde una sola palabra escrita en tiza es rodeada por varios pedazos de papel. Papeles que denotan investigación y detalle: la manifestación más clara de que cada palabra que conocemos es más vieja de lo que parece y viene más lejos de lo que realmente aparenta.
Es una historia donde las palabras son un código de amistad, una manifestación de la complicidad entre los personajes de Mel Gibson y Sean Penn. El primero encontró en las palabras el motor de su vida, mientras que el segundo encontró en ellas el principio de su redención.
Es una historia donde las palabras son un código de amor. Entre los personajes de Sean Penn y Natalie Dormer, en principio signadas por su comparación a los hechos y desde luego rechazadas, pero cuando se descubre que ella es analfabeta y él empieza a instruirla, es la herramienta que termina por unirlos.
Entre la Razón y la Locura es una historia donde las palabras pueden ser una condena. El código que empieza a denotar una tragedia que pone en juego todo lo logrado para ambos personajes; y es, desde luego, una historia sobre las palabras que callamos. Las que nos da miedo expresar en el papel o en la voz.