Luego de dirigir una película titánica como Star Wars: Los últimos Jedi, Rian Johnson decidió —para sorpresa de muchos— abocarse a un proyecto de una escala mucho menor, pero no por ello falto de ambiciones y desafíos, algunos de ellos de igual o incluso mayor tamaño que los del controvertido Episodio VIII. Titulado Entre navajas y secretos para el estreno local, Knives Out representa —entre otras cosas— el regreso de Johnson a sus raíces como un cineasta creativo, apasionado por los géneros y con un innegable talento para replicar sus elementos, subvertir sus fórmulas e infundirles nueva vida cuestionando su construcción.
El género abordado en su film más reciente no es otro que el whodunnit, un tipo de policial de raigambre literaria y cuyos exponentes cinematográficos son —tristemente— tan escasos como esporádicos. Desde el minuto cero, Entre navajas y secretos se inscribe en su tradición, y lo hace con una claridad y fluidez notables. En su primera media hora, Johnson se enfrenta a la tarea —nada sencilla— de, por un lado, dar inicio al relato y sortear el tono de su registro (siempre liviano y plagado de humor, pese al cruento suceso que dispara y encauza la trama); y, por el otro, de presentar a su numeroso y heterogéneo reparto de personajes (estableciendo, además, sus respectivas conexiones con el difunto, motivos posibles para querer deshacerse de él y otras tantas trifulcas familiares que enriquecen el escenario aún más). Con un admirable poder de síntesis y un montaje atinado, Johnson logra todo esto en un tiempo inaudito, y pronto nos vemos habilitados a trazar nuestras propias teorías respecto de quién o quiénes podrían haber perpetrado el supuesto asesinato.
Sin embargo, a los pocos minutos de comenzado el juego detectivesco, el crimen es resuelto. No en su totalidad, obviamente; pero una buena parte de la incógnita es respondida. Probablemente, muchos lean esta clausura —¿prematura?— de la investigación como una falencia por parte de Johnson. No obstante, al superar la sorpresa inicial que dicha resolución inevitablemente acarrea, uno puede vislumbrar cuál es la verdadera intención detrás de ella. Lejos de tratarse de una negligencia en un intento por repetir las operaciones arquetípicas de un whodunnit, Johnson apuesta —tal como lo había hecho en Brick y Looper: Asesinos del futuro— por poner en jaque nuestras expectativas y, apelando a nuestros conocimientos del género, llevarnos hacia un nuevo destino narrativo. Es cierto, el crimen puede haber sido resuelto, pero sólo ante los ojos del espectador y no ante la mirada inquisitiva de Benoit Blanc (el simpático detective de indescifrable acento que encarna Daniel Craig). Por esta razón, y mientras el personaje analiza los cabos sueltos en un segundo plano, el foco del relato recae sobre los hombros de su verdadero protagonista: Marta Cabrera, la enfermera de buen corazón interpretada por Ana de Armas, una talentosa actriz a la que —gracias a su labor en este film— seguramente veamos más seguido en los próximos años.
Entonces, habiendo virado el punto de vista de la narración, Johnson procede a profundizar otras líneas dramáticas y —sin dejar que el cadáver de Christopher Plummer se enfríe— la película deja de lado el policial de investigación para adentrarse, en cambio, en el terreno del thriller hitchcockiano. La resolución del crimen a la Agatha Christie cesa de ser el hilo conductor y el segundo acto se desenvuelve, por el contrario, siguiendo una lógica de ocultamiento de la información; base indiscutida de la construcción del suspenso según Hitchcock. Al principio, este cambio radical en el eje de la narración puede resultar un tanto extraño e inesperado; pero, una vez aceptada la audaz decisión de Johnson, uno empieza a notar cómo el film se ve beneficiado por ella: los conflictos familiares proliferan y se intensifican, nuevos factores —y personajes— entran en juego, y la resolución final se hace desear cada vez más. De cualquier modo, cabe aclarar que el director nunca abandona del todo la estructura del whodunnit: la manipula y suspende, pero sólo lo hace momentáneamente y para saciar su interés narrativo, ya que —hacia el final— regresa a ella con todos los giros, contragiros y, claro, con la ansiada explicación del detective iluminado que uno espera y demanda de este tipo de relato. De más está decir que ni Entre navajas y secretos ni su flamante investigador privado decepcionan; aunque lo mismo también podría decirse del resto del elenco y, particularmente, de la ya citada De Armas, de un inmejorable Chris Evans y del siempre destacable Don Johnson.
Por último, es curioso que el estreno de Entre navajas y secretos ocurra de manera casi simultánea con el de Boda sangrienta, teniendo en cuenta que se trata de dos películas que apelan a los géneros para satirizar y ofrecer una ácida crítica social. Desde sus respectivos registros y con mucho humor, ambas señalan conflictos de clase, prejuicios raciales y otros temas en boga sin jamás caer en el panfleto, prescindir de su innegable carisma o descuidar sus contundentes finales. Asimismo, el film de Rian Johnson lo hace propiciando un nuevo y grato reencuentro con el whodunnit; un género que, con este film y los esfuerzos de Kenneth Branagh (Asesinato en el Expreso de Oriente y su secuela, Muerte en el Nilo, a estrenarse a fines del 2020), parece estar atravesando una suerte de renacimiento. Tal vez sea muy temprano para asegurarlo; pero tan sólo su posibilidad ya es digna de ser celebrada.