El debut como director de Joseph Gordon-Levitt aborda los problemas amorosos de un adicto a la pornografía virtual. Sin dejar de tener sus momentos divertidos, la cinta se diluye entre algunos problemas de registro y la tendencia al sermón.
Una de las virtudes de la comedia norteamericana reciente está en el registro actualizado y sagaz de distintos fenómenos sociales, desde los más generales hasta los tics más minuciosos. Desde el género, la vida cotidiana es expuesta y comentada en un formato reconocible para todo público. De eso se trata a primera vista Entre sus manos (Don Jon, en su idioma original), el debut detrás de cámara de Joseph Gordon-Levitt, actor en alza desde 500 días con ella. La comedia romántica trata en este caso una creciente costumbre global: el consumo de pornografía en Internet y su contracara, el aislamiento y la dificultad para establecer vínculos.
Jon (Gordon-Levitt), al que sus amigos llaman Don Jon (Don Juan) por su talento para las conquistas, es también un joven fornido y estructurado que pasa sus días entre el gimnasio, la familia y la iglesia. La vuelta de tuerca está en que, a pesar de su eficacia para el levante, que lleva a cabo con pulso publicitario en la disco de rutina (una mirada, baile y a la bolsa), Jon sólo disfruta a pleno cuando está solo en su casa frente a la computadora. Sus sesiones masturbatorias no le significan un problema hasta que conoce en la disco a Bárbara (Scarlett Johansson), con la que Jon siente lo más parecido al enamoramiento. Él la invita al cine, hacen las compras juntos, hasta se la presenta a su disfuncional familia (cuyo padre es un tarado y eficaz Tony Danza). Pero un día ella lo encuentra in fraganti frente a la PC, y ahí empiezan los inconvenientes.
Hasta ahí, el planteo de la película es divertido, con el hallazgo sociológico del adicto al porno bien digerido por los engranajes de la comedia. Serán esos mismos mecanismos, que tienden al mensaje moral llano cuando no entran bien en combustión, los que no puede evitar Gordon-Levitt: Entre sus manos se vuelve sermón de manual al subrayar que el “amor verdadero” es la respuesta a la soledad del onanista, en simultáneo a la aparición en escena de la mujer madura Esther (Julianne Moore), un personaje innecesario para la trama inicial.
Así, la buena idea se pierde entre unos pocos momentos graciosos y algunas intermitencias de registro, como la disco hardcore del comienzo, que parece salida de la televisión y no de la vida real, o la familia de Jon, que hace de trasfondo curioso pero abusa de un tono caricaturesco. El personaje de Johansson es lo peor y lo mejor de la cinta: la actriz irrumpe con una vitalidad imprevista, llevándose puesto literalmente al protagonista como un tornado sexual. Pero Bárbara, caprichosa como un chicle, termina perdiéndose en los vaivenes del filme; ella también parece la réplica de otra comedia lejana, pegada aquí como un collage.
Sin ser un debut sólido, Entre sus manos consigue su fin: entretiene y alecciona.