Amar en los tiempos de Nicholas Sparks y YouPorn.
“Sólo hay unas pocas cosas que realmente me importan en la vida. Mi cuerpo. Mi departamento. Mi auto. Mi familia. Mi iglesia. Mis amigos. Mis chicas. Mi porno”. En menos de cinco minutos, “Don” Jon Martello Jr. explica lo básico de su filosofía de vida, al mismo tiempo que Joseph Gordon-Levitt saca todas las expectativas de la comedia romántica que vende el marketing de Entre Sus Manos (Don Jon, 2013). No sorprende enterarse de que esta sea su ópera prima, si lo consideramos como el último paso en una impredecible carrera, que lo llevó del niño alien de la sitcom 3rd Rock From The Sun a una figura de la escena independiente de la mano de gente como Rian Johnson y Gregg Araki. Ahora que películas como 500 Días Con Ella, 50/50 y los tanques de Christopher Nolan lo catapultaron a gran promesa de carisma popular, el actor decide continuar con la veta abierta por su trabajo en la productora online HitRecord, por lo cual escribe y dirige un nuevo relato de expectativas y realidades de los romances en el siglo XXI.
Como con tantos realizadores debutantes, es claro que Gordon-Levitt busca llamar la atención usando las armas de la adrenalina y el tabú, como se nota en la criatura que elige iluminar para esta historia. Verán, Jon es lo que se conoce como un “guido”. Orgulloso y grasoso a más no poder, el literal Don Juan se pavonea por la vida en su preservado y fugaz Corvelle, manteniendo tanto el estereotipo (uno de tantos parodiados con una rara suerte de cariño) del italoamericano macho, que uno podría confundirlo con un participante del reality trash Jersey Shore.
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Sin embargo, hay un patrón en la vida de Jon, reflejado por el vivaz y repetidor estilo ‘casi-pero-no-totalmente-MTV’ del montaje empleado por Joseph. Uno de los mejores aciertos de la película es el trabajo con la sensación de rutina, impuesta como recurso estilístico y deslizada a enemiga a vencer por el protagonista. Del paso por el gimnasio y la confesión semanal en la iglesia hasta el tiempo pasado con su disfuncional familia, la existencia se le pasa de calculadas decepciones. Ni siquiera el sexo lo satisface tanto como quiere. ¿Por qué? Por la promesa de la computadora, que en su infinita oferta de fetiches lo vuelve una suerte de mal hablado catador de pornografía. “Por unos pocos minutos toda la mierda se desvanece”, explica (en una parte que testea el alcance de encanto de Gordon-Levitt para mantener la simpatía por este simpático pervertido), “y la única cosa en el mundo son esas tetas… ese culo… la mamada… el vaquero, el perrito, el acabe y eso es todo, yo no tengo que decir o hacer nada. Yo sólo me pierdo”.
Es entonces el momento ideal para la llegada de dos mujeres que lo van orientando a la ruta de la realidad. Todo arranca con la aparición de Bárbara (Scarlett Johansson), una chica “diez” que usa su explosivo cuerpo para dominar al antes cazador Jon, quien verá que ella tiene su propia serie de fantasías de vida: las tan temidas comedias románticas. Pero en medio de su odisea por satisfacer las alucinaciones de caballero por su novia, Jon conocerá a Esther (Julianne Moore), una veterana que discutirá su modo de vida.
De esa manera, Gordon-Levitt plantea su comedia sobre la frustración que causa el amor al reflejo de la pantalla, mostrando brevemente el efecto de las influencias que rodean al adicto al XXX, pasando de su baboso padre (un muy gracioso Tony Danza), a la reacción católica (en una de las mejores escenas de la película, Jon cuestiona el método del cálculo de Padres Nuestros y Ave Marías que debe rezar tras confesar sus instancias de sexo y masturbación), o la habitual venta publicitaria. Es en estas partes que el film vuela, aunque pronto uno se da cuenta que la historia se cree más inteligente de lo que es. Esto queda claro al considerar el arco de Johansson y Moore, estrellas que, a pesar de ser radiantes y divertidas, sufren de la falta de material. Girando alrededor del universo de Martello, las dos sirven una función específica, volviéndose instrumentos de caricatura o tragedia, respectivamente. Eso, sumado a varias escenas redundantes y un giro final a la convencionalidad, hace que la producción se resuma en sólo repetir un dicho: “ellas quieren romance, ellos quieren saltar a la cama”.
Pero a pesar de esa artificialidad, Entre Sus Manos logra mantener el humor y la energía para encantar por una vez, y Joseph Gordon-Levitt prueba que aún hay formas de girar la fórmula de la típica historia del verdadero amor. Para una película que arranca con un tipo admitiendo que el sonido de inicio de su notebook le da una erección, aún es muy dulce.