Nueva vida luego de los 50
El disparador argumental es la contracara de un lugar común, ya que al inicio de Entre tragos y amigos, el cincuentón de vida saludable Antoine Chevalier (Lambert Wilson) sufre un infarto y preocupa a todos. Contra todos los pronósticos, decide no respetar las recomendaciones de los médicos, se va de vacaciones con sus amigos y empieza a hacer cosas impensadas para él, novedosas y originales en alguien que trató a su cuerpo de manera obsesiva. En 1975 el gran John Cassavetes dirigió (también actuó) en Maridos, uno de sus films autodestructivos en donde tres amigos de más de cuarenta años (él más Ben Gazzara y Peter Falk), con la aceptación de sus parejas y novias, tienen unos días libres luego de la inesperada muerte de un cuarto compañero de toda la vida. Sí, el director y también actor Eric Lavaine no pretende (por suerte) acercarse a la genealogía de personajes de Cassavetes, pero el pretexto argumental tiene parentescos: afrontar la muerte, esquivarla, ridiculizarla. El film francés elige un terreno espinoso: el del humor liviano, sin demasiadas pretensiones, leve en sus objetivos y funcional a través de algunos diálogos, que cuenta con un plus importante: la presencia de un excelente intérprete como Lambert Wilson, ya canoso y lejos de las ochentosas películas que hiciera para André Techiné y Andrzej Zulawski (Apasionados; La mujer poseída).
Entre tragos y amigos parte de una premisa (pequeña) y jamás la traiciona: coquetear entre el drama superficial y la comedia sin riesgos para describir a un grupo de personajes de más de cincuenta años que quieren divertirse un rato como si fueran adolescentes que cargan con inestabilidades emocionales y hormonales.
En un año donde los distribuidores locales adquirieron títulos franceses de carácter industrial (van seis estrenos con el film de Levaine), omitiendo por ahora una mirada de autor que propone mayores riesgos, estos tragos, amigos y motivaciones grupales e individuales de los personajes encabezados por el ciclotímico André Chevalier, poco y nada puede sumar a la gran tradición de la comedia clásica con herencias del vodevil más simple y eficaz.