Un asado francés entre amigos, bastante indigesto
A pesar de la vida sana que lleva, Antoine (Lambert Wilson) sufre de un infarto a los cincuenta años. Haber estado al borde de la muerte lo empuja obviamente a replantear todo y empezar a disfrutar “realmente” de la vida. El problema es que, alto ejecutivo de la empresa paternal, marido infiel, ya parecía disfrutar bastante de ella. Sin embargo, redobla la apuesta y ¡se jubila! Pero, sobre todo, se pelea con la banda de amigos que había conocido durante sus estudios en la escuela de negocios de Lyon. Después de treinta años de amistad, se da cuenta de que se volvieron aburridos. En eso, tiene razón. El problema es que si él necesitó treinta años para darse cuenta de eso, nosotros necesitamos algunos minutos…
Financiada por los principales canales de televisión franceses (TF1, Canal Plus), Entre tragos y amigos pretende ubicarse en el segmento de la comedia popular, el género más seguro para maximizar las ganancias. Por lo tanto, aplica a la letra el lema según el cual, para abrazar al público más amplio posible, hay que ser lo más consensual posible.
Ese programa parece implicar en la mente de los que concibieron este film un relato sin asperezas, apenas algunos sobresaltos muy convencionales, unos personajes apenas bosquejados y unos diálogos bastante planos. En fin, lo más consensual que se pueda en todos los niveles, a no ser que sea simplemente el resultado de una gran pereza. En todo caso, en la pantalla, eso se traduce en un relato aburrido con un final feliz muy forzado y… aburrido, pero muy aburrido, unos personajes aburridos y unos diálogos, bueno, también bastante aburridos. El resultado final es una película sin sabor, casi sin comedia y casi sin cine.
Eso sí, la casa de verano donde se junta la banda de amigos es preciosa y la vista panorámica sobre el sur de Francia que ofrece aún más. Es casi lo que más disfrutamos de esa película. Es muy poco, demasiado poco.