Es muy probable que la nueva película del aclamado director australiano George Miller (Mad Max) vaya directo a la lista de películas que no están del todo logradas, ya sea por el decaimiento gradual de la trama o porque se tornan un poco enrevesadas, o bien porque exigen volver a verlas al mismo tiempo que quitan las ganas de hacerlo.
Esto es lo que pasa con Érase una vez un genio, basada en el cuento The Djinn in the Nightingale’s Eye, de A.S. Byatt, y protagonizada por Idris Elba y Tilda Swinton. En los primeros minutos, la película amaga con ser una declaración de fe en la ficción, una defensa imaginativa y fantástica del hábito de contar historias. Pero en la segunda mitad se inclina por una historia romántica (y algo trillada) que la perjudica.
La doctora en literatura Alithea Binnie (Tilda Swinton), experta en narratología, viaja a Estambul para dar una conferencia sobre mitologías. Apenas llega al lugar, vemos cómo se le aparecen extraños personajes que solamente ve ella, lo cual nos pone en sintonía con el mundo de fantasía que propone la película.
Luego de dar un paseo por la ciudad, Alithea entra a un bazar y compra un llamativo objeto antiguo, una suerte de pequeña botella de cristal. Cuando intenta lavar el objeto en el baño del hotel, sin querer lo destapa y sale un enorme genio llamado Djinn (Idris Elba), que le agradece el haberlo liberado y que le concede tres deseos.
Con los dos personajes principales frente a frente, Miller empieza a desplegar su imaginación. Ante la negativa de Alithea de pedir los deseos (porque, según ella, esas historias terminan mal), Djinn le empieza a contar leyendas para demostrar que no siempre fueron como cree Alithea, y para convencerla de que pida sus deseos.
Las historias que cuenta Djinn, propias de Las mil y una noches, nos llevan a mundos que dejan enseñanzas, que seducen y que entretienen gracias a sus personajes extravagantes y a las difíciles situaciones que tienen que atravesar. Sin caer en excesos formales (aunque los tiene), Miller aprovecha los relatos del genio para dar rienda suelta al imaginario característico de su particular universo cinematográfico.
El problema es que llega un momento en el que todo lo que se venía construyendo a nivel narrativo, toda esa apuesta por la fantasía y por la magia de los cuentos de genios a lo Aladdín, se va por la borda al priorizar una historia con tintes más románticos, que habla de la necesidad de estar acompañados para alcanzar la felicidad.
Es una lástima que la película no explore más esa defensa que hace al comienzo del arte de contar historias, del poder de las fantasías y de los cuentos de hadas, porque es allí donde se encuentra el punto fuerte de un director que siempre resulta interesante, aun en sus desaciertos. Es fácil imaginar a Miller como el alter ego de Alithea, un maestro en el arte de contar historias que hacen volar la imaginación.
Lo más positivo de Érase una vez un genio es que es una película que cree en la magia de las historias y en la fantasía como un mundo que nos permite estar con quienes queremos. Es decir, es una película que cree en la ficción como un lugar en el que se está mejor.