Protagonistas espectadores y un Genio cuentista
George Miller, el director de Mad Max: Fury Road, regresa con una atrevida propuesta visual.
Con una voz en off -calma y omnisciente-, Alithea (Tilda Swinton) nos adentra en una historia llena de muchas otras, ya que la única forma de que el espectador la digiera es reducir aquella aventura, repleta de fantasías que alteran la percepción de su realidad, en un cuento de hadas. Para alimentar su solitario y erudito temple, la narratóloga se zambulle en diversos paraísos culturales para buscar las diferentes verdades que se esconden entre sus calles. Ya en Estambul, la incrédula mujer se encuentra con diversas imágenes que alteran su percepción de la realidad. Tratando de encontrarle un sentido racional, su afición por comprender lo incomprendido se concentra en la compra de un curioso frasco que, sin otra intención que abrirlo para examinar cada centímetro del mismo, desata la fuga de un Djinn mastodóntico (Idris Elba).
Frente a este ser que rompe todos los paradigmas científicos, fácticos y comprobables, Alithea -nombre que hace referencia a la Diosa griega de la verdad- se entrega a la experiencia de intentar comprender la veracidad del Genio y sus historias acerca de cómo, desde hace tres mil años, intenta brindarle tres deseos a algún desafortunado para así conseguir su libertad.
Seteadas las leyes de la historia, Érase una vez un genio (Three Thousand Years of Longing) se dispone a resplandecer por un apartado visual que da cátedra tanto por el uso de la tecnología CGI como de los efectos prácticos. George Miller (creador de la saga Mad Max) decide apoyarse en el relato enmarcado como recurso para relatar el contraste entre la seguidilla de historias que recorren los diversos rincones culturales de la mitología árabe y el escepticismo de la protagonista frente a las palabras del Djinn angustioso. Junto con John Seale (director de fotografía de Fury Road), el realizador explota la paleta de colores a un nivel superlativo, en donde la saturación y los contrastes enriquecen el aura fantástica que engloba las narraciones que logran, muy paulatinamente, enriquecer la mirada y quebrantar las barreras ideológicas y sentimentales de la narratóloga.
Más allá de la simpleza y poca trascendencia que pueda dejar la película en el inconsciente colectivo –no por nada el film sufre por la comparación automática con The Fall, de Tarsem Singh – es interesante el planteamiento de personajes que trae Miller en sus relatos, logrando que los mismos generen una empatía instantánea en el espectador. Tanto Max Rockatansky como Alithea son participantes – activos y pasivos- de los sucesos que los rodean. La aparición de Furiosa y su misión por volver a aquel paraíso que le fue robado como los cuentos del Djinn y su intención de conceder deseo para conseguir su libertad son sucesos que transforman a los protagonistas en espectadores de su propia película, consiguiendo que el visionador que está detrás de la pantalla consiga ser parte de los mundos planteados.
De esta forma, Miller logra una vez más demostrar su poder de narrador, brindándonos un film que destaca más por el poder de transformar al espectador en oyentes activos del relato que por el poderío del relato en sí.