«Las historias fueron una vez la única manera de hacer coherente a nuestra desconcertante existencia».
El reconocido director de la saga «Mad Max» nos presenta su más reciente y extraño film que se aleja un poco de los otros relatos de su carrera para ofrecer una peculiar historia sobre el amor y los anhelos más personales.
Tras su paso por el prestigioso Festival de Cannes y un discreto estreno comercial, al menos en nuestro país donde prácticamente no fue publicitada ni presentada al público, «Three Thousand Years of Longing» se materializa prácticamente de la nada ante nosotros con una propuesta extravagante y poco catalogable que a pesar de algún que otro reparo que puede hacérsele al film en sí, se agradece en esta época repleta de remakes, secuelas y demás producciones derivadas de fórmulas ya probadas.
El largometraje representa una fábula que adapta un relato corto de A. S. Byatt, titulado «The Djinn in the Nightingale’s Eye». La misma sigue a la Dra. en literatura Alithea Binnie (la talentosa Tilda Swinton), quien parece llevar una vida austera y solitaria con pocas emociones, pero bastante feliz. Un día, en medio de un viaje laboral, tras una conferencia, se encuentra con un Djinn (Idris Elba) que ofrece concederle tres deseos, por haberlo liberado de un prolongado cautiverio dentro de una botella que obtiene en un mercado de Estambul. En un principio, Alithea se niega a aceptar la oferta ya que su enorme conocimiento en literatura la lleva a pensar que todos los cuentos sobre conceder deseos que conocen, acaban mal. El Djinn defiende su posición contándole diversas historias fantásticas de su pasado buscando persuadir a la mujer y así poder cumplir con su tarea y consecuentemente conseguir su tan ansiada libertad.
Estamos ante un film que presenta relatos enmarcados dentro de la trama principal de la película, que son tan peculiares como atractivos y que sumergen al espectador en un mundo de ensoñación compuesto o erigido en base a un cúmulo de historias de diferentes procedencias, con seres/personajes mitológicos provenientes de diversas culturas (incluso hay una alusión a Las Mil y Una Noches, entre varios otras). Una fábula que además de aferrarse a la fantasía, también compone un drama romántico inspirado.
La frase que precede a esta breve reseña es mencionada por la protagonista del film, que, tras imaginar ciertas presencias ilusorias durante su conferencia, se desmaya. Lo interesante es que dicha frase parece resonar a lo largo de todo el film, no solo porque las historias son lo que llevan adelante la narración y atraviesan las vidas de los dos personajes principales, sino porque dialogan con la mirada del director, y el contexto sociocultural que vive el mundo en la actualidad, no solo por la crisis creativa que parece atravesar Hollywood sino también como uno de los reflejos que tuvo que atravesar tanto la producción de la película y el mundo entero con la pandemia del COVID-19. Las historias son lo que nos dan coherencia e incluso las que nos brindan cierto escapismo de la cruda realidad, pero también nos vinculan, nos transforman y nos dan sentido.
George Miller es un narrador excelso y aprovecha este mundo ficcional para establecer una mirada madura de temas universalmente conocidos. A diferencia de su anterior trabajo, «Mad Max: Fury Road» (2015) donde se alababa lo artesanal de la producción y el uso de efectos prácticos más que el habitual CGI, aquí no queda otra que recurrir a los efectos por computadora para poder crear los miles de aspectos fantásticos de la historia, que igualmente están perfectamente desarrollados y no desentonan ni sacan al espectador del film.
Respecto a la pareja protagónica, solo resta decir que Swinton y Elba están maravillosos como los personajes que llevan adelante el relato, y el film es en parte lo que es gracias a su enorme talento como intérpretes.
«Érase una vez un genio» es un film extravagante, peculiar y desafiante que es probable que no sea del agrado de todos, pero que realmente se siente como algo diferente y encantador. Una película realmente imaginativa que demuestra el amor de Miller por la narración y que reflexiona sobre el poder de las historias y el impacto que tienen en nuestras vidas.