El joven y prolífico director canadiense (6 largometrajes realizados con apenas 27 años) contó con un auténtico seleccionado de estrellas francesas (Marion Cotillard, Léa Seydoux, Vincent Cassel, Gaspard Ulliel y Nathalie Baye) para un film de origen teatral (está basado en la obra de culto de Jean-Luc Lagarce) que no tiene demasiados hallazgos, aunque le reportó nada menos que el Gran Premio del Jurado en la última edición del Festival de Cannes.
El realizador de Yo maté a mi madre, Los amores imaginarios y Tom à la ferme narra en esta transposición de la pieza teatral semiautobiográfica de Jean-Luc Lagarce -un autor de culto que murió a los 38 años de SIDA en 1995- el regreso al hogar familiar de un dramaturgo treintañero (Gaspard Ulliel) tras doce años de ausencia para -según sabemos desde el primer minuto- anunciarles que va a morir. En esa casona de pueblo rural lo esperan su madre (Nathalie Baye), su hermana (Léa Seydoux), su hermano mayor (Vincent Cassel) y la esposa de éste (Marion Cotillard).
Construida casi exclusivamente con primeros planos, se trata de una exploración bastante impiadosa y por momentos al borde del ejercicio de crueldad de las miserias, reproches, frustraciones y, claro, del amor que inevitablemente asoma incluso en el ámbito de un grupo disfuncional como el que aquí se retrata.
Más allá de algunos flashbacks sobre la infancia del hijo pródigo, de un par de breves viajes en auto y, por supuesto, de toda la estilización, el diseño, el preciosismo visual y el despliegue musical tan propios del universo del realizador de Laurence Anyways y Mommy, Dolan respeta casi frase por frase los diálogos que Lagarce escribió en 1990, en una experiencia que remite a lo que François Ozon hizo con Rainer Werner Fassbinder en Gotas que caen sobre rocas calientes, aunque en el caso del cineasta canadiense casi sin humor y con no poco sadismo hacia los personajes (y el espectador).
Se trata, en definitiva, de una sucesión de duelos actorales (generalmente de a dos personajes por escena, aunque hay un par de momentos en que están todos en pantalla comiendo y discutiendo) que generan más irritación que admiración. Verdadero encantador de serpientes (de programadores a críticos, pasando por productores y estrellas como las aquí reunidas), Dolan sigue haciendo un cine más cool que inteligente y profundo.