Decir adiós
Gran Premio del Jurado en el último Festival de Cannes, “Es sólo el fin del mundo (Juste la fin du monde), la sexta película del siempre aplaudido Xavier Dolan (Mommy, Yo maté a mi madre, Los amores imaginarios) es la candidata canadiense a los próximos premios Oscar. Adaptación de la obra de teatro homónima escrita por Jean-Luc Lagarce en 1990 (cinco años antes de que falleciera de Sida), está interpretada por Gaspard Ulliel (Saint Laurent, La bailarina), Vincent Cassel (Cisne negro, 2010; El odio, 1995), Marion Cotillard (Dos días, una noche, 2014), Léa Seydoux (La vida de Adéle, 2013) y Nathalie Baye (Atrápame si puedes, 2002; Laurence Anyways, 2012). Se trataba de
una apuesta arriesgada de la que, como siempre, el realizador canadiense ha resultado vencedor.
Tras doce años de ausencia, un escritor regresa al pueblo donde viven su madre y hermanos, para anunciarles que se está muriendo. Y en una tarde que transcurre entre las cuatro paredes de la casa familiar, todos querrían decir lo que piensan pero nadie encuentra las palabras adecuadas para hacerlo, todas las frases parecen cargadas de tensión, de dobles intenciones; todas cuesta pronunciarlas, todas parece que van a descargar tensiones acumuladas durante mucho tiempo. Desde la llegada del escritor a la casa familiar se evidencia la imposibilidad de que exista la menor comunicación entre todos los reunidos. Fundamentalmente, porque ha pasado el tiempo y nada, ni nadie es como antes. Y a medida que pasan las horas van apareciendo las envidias, los rencores, las frustraciones, y también el cariño e incluso la devoción.
Es una historia dura, una historia de familia que podemos imaginar fácilmente, en la que aparecen las obsesiones que se repiten en el realizador de Québec: los hogares disfuncionales y el sentimiento de amor-odio, tan frecuente entre las personas cercanas. Y es una película magnífica en la que no queda lugar para la esperanza. La muerte es lo más definitivo de la vida; los cinco personajes tienen la muerte en el horizonte de sus diálogos. Los cinco están interpretados por buenos actores y el resultado es convincente.
La narración se construye sobre una sucesión de primeros planos, pero no tomados de frente, sino de manera oblicua, lo que obliga a los actores a girar la cabeza para que podamos verles ambos ojos. Unos primeros planos, además, que están cargados de una enorme elocuencia y es algo digno de alabar en esta producción, habida cuenta de que, es obvio, que el director ha obligado a los actores a que sacaran lo máximo de unas miradas inclinadas que llenan la mirada en numerosas ocasiones, como digo, y en no pocas, sin texto. Otras veces hay abundancia de texto, como en la escena en que Louis y Antoine dialogan airadamente en el coche de éste, donde lo novedoso es que la toma se hace desde el asiento de atrás, como si un tercer pasajero estuviera siendo testigo de ella. De ahí que se vean los reposacabezas de los asientos delanteros, como no podía ser de otra manera, la carretera por la que progresan, y tan sólo en posiciones muy forzadas, cuando tuercen la testa, el perfil de los actores.
Muy psicológica y profundamente introspectiva, este nuevo y estimable trabajo del considerado “enfant terrible” del cine franco-canadiense invita a la reflexión, y eso hoy en día ya es mucho…