Un drama que tiene muchos más gritos que susurros
El dolor de un alma sensible frente a la incomprensión de los seres queridos, ese es el tema habitual de Xavier Dolan. Aquí lo desarrolla partiendo de una obra teatral de culto entre los suyos, con un elenco valioso y abundante experiencia previa: ésta es su séptima película. Como de costumbre, el resultado fascinará a sus seguidores y fastidiará sin remedio al grueso del público.
Veamos. Tras 12 años de ausencia, un joven escritor gay visita el hogar materno. Quiere saludar a su familia, ahora que una enfermedad mortal le está poniendo plazo. Él mismo lo dice al comienzo de la película. Pero no puede decírselo a la familia. La madre dispersa, el hermano que lo desprecia y la hermana que lo reclama no le dan tiempo a nada. Ellos viven a los gritos, sin atenderse ni entenderse. Más o menos se salva la cuñada, pero por algo vive con ellos. Y por algo el pibe se mandó a mudar y estuvo tanto tiempo alejado. Pero qué triste, despedirse así de los suyos.
Esa es la trama, adaptación de la pieza teatral que Jean Luc Lagarce escribió en 1990, cinco años antes de morir de sida. Fiel adaptación, dicen los que saben. Con elenco de lujo: Nathalie Baye, Vincent Cassel, Lea Seydux, Marion Cotillard y el sufrido Gaspard Ulliel. Pero con una puesta en escena enervante por el griterío casi continuo acompañado de llantos y recursos forzados, y el uso también casi continuo de primeros planos que acentúan la tensión. Ahí hasta los silencios gritan. Podría suponerse un respiro con la inserción de unos videoclips a modo de entreacto, o "fractura pop", pero suenan más fuerte de lo aconsejable.