Cómo los cambios en una sociedad pueden alterar, modificar o reformar la vida de una persona, al margen de las decisiones propias, es lo que confronta Qiao, la protagonista de Esa mujer.
Una mujer que bien vale el comentario: Brava, la china.
Qiao está enamorada y en pareja de Bin, miembro del jianghu, algo así como el bajo mundo criminal, en la ciudad de Shanxi. Manejan apuestas y juegos, pero, siempre hay un pero, detentar el poder conlleva no sólo responsabilidades, sino enfrentamientos con otros que quieren lo mismo. Qiao, cuando una noche atacan ferozmente en la calle a su pareja, se baja del auto y, pistola en mano, “disuade” a los agresores.
De premio, termina en la cárcel, porque se niega a delatar de quién es el arma.
Tamaña actitud, de compromiso y amor, no es correspondida por Bin, quien, cuando salga de la calle, no sólo no la estará esperando sino que tendrá otra mujer.
Pero quizá lo que decíamos de los cambios en China en los últimos años, tanto socioeconómicos como culturales y de infraestructura -el tema de las represas y de las inundaciones es también un tópico en el cine del director de Still Life o Naturaleza muerta- pasan a ser más que un trasfondo de la historia de Esa mujer.
Interpretada por Zhao Tao -musa inspiradora del cineasta nacido en 1970, con quien está casada desde 2012-, Qiao es un compendio de resistencia y sacrificio, en un entorno en el que el capitalismo se está adueñando de todo. Y hay que ver cómo Qiao (sobre)vive a esas circunstancias, engañando o no al sistema y a sus conciudadanos.
Es una tragedia romántica, que comienza en un universo gangsteril, en un pueblito minero a punto de cerrar, en el que el idealismo romántico -parece- no tiene cabida. El director vuelve sobre Still Life, llevando a Qiao a la Presa de las Tres Gargantas -fundamental en aquel filme, ganador del León de Oro en Venecia 2006-. Y expande, abre la trama con una charla sobre ovnis, así como antes había dedicado su buen tiempo a un concurso de baile (la irrupción de la música occidental, también, es tema recurrente en Jia Zhang-ke).
Esa mujer, sin estar a la altura de otras grandes realizaciones del realizador, quien tal vez se excede en la extensión del relato (140 minutos), por momentos tiene la fuerza de un impacto. Y, como le sucede a Qiao, lo que prosigue es la calma y la incertidumbre.