“Esa mujer”, de Jia Zhang-Ke
Por Ricardo Ottone
Jia Zhang-Ke es un gran cronista de la China contemporánea, lo que implica también ser un cronista de sus cambios. A lo largo de su filmografía, el realizador fue retratando los procesos de transformación masiva en lo económico y social del gigante oriental que lo vienen convirtiendo en potencia ya más que emergente. Pero lo viene haciendo siempre desde lo humano, dando cuenta de cómo estos procesos afectan a las personas, contando historias de personajes comunes: delincuentes de poca monta o mediano alcance, artistas, mineros, empleados y trabajadores en empleos precarios. Personajes muchas veces en movimiento, ya que en varias de sus películas están presentes los migrantes que se trasladan de un rincón a otro del país en busca de oportunidades. Zhang-Ke demuestra un particular interés en las condiciones de vida de las mujeres, algo que también está presente en su reciente estreno, Esa mujer.
El film cuenta la historia de Qiao (Zhao Tao), novia de Bin (Liao Fan), mafioso local de segunda línea pero con aires de líder, quien disfruta del ejercicio del poder de forma a veces pretendidamente magnánima y otras de maneras abiertamente caprichosas y arbitrarias. Qiao no es inocente en este juego, disfruta de su posición e influencia, no se plantea de ningún modo como una víctima o una novia sumisa y a veces gusta de tomar las riendas y dar las órdenes. Pero la buena suerte y la buena vida no duran y, en un incidente donde Bin es atacado por un grupo rival, Qiao defiende a su novio con un arma ilegal y, por no involucrar a este en el episodio, va a parar a la cárcel durante 5 años. Cuando sale, su situación (y también la de Bin) es muy diferente a la que detentaba cuando entró.
En Esa mujer están presentes varios de los temas recurrentes de su director: la violencia, las relaciones (siempre desparejas) de poder, la corrupción, el sometimiento, las diversas formas de ganarse la vida (lícitas y de las otras), y nuevamente los cambios del país y su efecto sobre sus habitantes. Los pueblos se transforman en ciudades, nuevas poblaciones surgen y otras desaparecen, en algunos casos total o parcialmente tragados bajo las aguas. Mientras la protagonista atraviesa el río en un ferry observando el crecimiento del pueblo que dejó atrás hace un lustro, escucha la voz que desde un parlante anuncia la inminente inundación y desaparición bajo el agua de gran parte del lugar. Zhang-Ke ya había planteado una circunstancia semejante en Naturaleza muerta (2006) donde la construcción de una represa y la consiguiente desaparición de una aldea implicaban como efecto colateral la necesaria relocalización de todos sus habitantes. Transformaciones y reformas estructurales masivas que no tienen contemplaciones para las circunstancias individuales de la gente común que hace lo que puede para que se no la lleve puesta la corriente y el río de la historia.
Y en esa marea de cambios también cambian necesariamente los personajes en la medida que se transforman sus circunstancias de vida. En el caso de Qiao, y también de Bin, el pasaje de estar un día en la cima a pasar a ser un nadie, el haber ejercido el poder y luego tener que soportar las humillaciones por no tenerlo, el dolor de haber sido y la necesidad (o la imposibilidad) de acomodarse a su nueva posición. Zhang-Ke describe con precisión los vaivenes en la relación de la pareja protagónica, sus idas y vueltas, el amor, el goce, el sacrificio, la ingratitud, la indiferencia y la compasión. Para ello cuenta con dos actores extraordinarios, en particular Zhao Tao, recurrente en la filmografía del director, que compone un personaje complejo que puede ser frágil y fuerte, estallar o contenerse, aceptar con amargura la humillación y sacar dignidad cuando parece que ya le queda nada.
Zhang-Ke asume riesgos y no le teme a la mezcla o al híbrido. El film comienza como una película de mafiosos, que luego del incidente da lugar al melodrama, género que en Oriente sigue en plena vigencia y que el director abraza sin cinismo y a la vez haciéndolo propio. Y tampoco le tiene miedo a parecer cursi o grasa. Ahí tenemos la escena donde Qiao asiste a un número musical y canta una balada entre el público totalmente conmovida y asumiendo la letra como propia. Algo similar a lo que ocurría en el final de Lejos de ella (2016) donde la protagonista (nuevamente Zhao Tao) bailaba solitaria un tema pop bajo la nieve en un final quizás cursi pero hermoso y conmovedor.
El relato abarca más de quince años tanto de la relación de Qiao y Bin como de la historia de China. Y en ese interín logra un interesante y difícil equilibrio entre lo íntimo y lo público y en cómo ambos aspectos se entrelazan. El gigantismo del paisaje, también en movimiento, amenaza a veces con aplastar a los personajes que lo habitan y lo transitan. Pero también hay un lugar para las escenas de intimidad, para los pequeños gestos, las vacilaciones y los conflictos humanos. Zhang-Kie demuestra una vez más una mirada piadosa por esos personajes y sus pequeñas historias, siempre a merced de la Historia con mayúscula.
ESA MUJER
Jiang hu er nü. China, Francia, Japón. 2018.
Dirección: Jia Zhang-Ke. Intérpretes: Zhao Tao, Liao Fan, Xu Zheng, Casper Liang, Feng Xiaogang, Diao Yinan. Guión: Jia Zhang Ke. Fotografía: Eric Gautier. Música: Giong Lim. Edición: Matthieu Laclau. Dirección de Arte: Weixin Liu. Producción: Shôzô Ichiyama, Nathanaël Karmitz, Olivier Père. Distribuye: Mont Blanc. Duración: 116 minutos.