Hans Hurch, el mítico director de la Viennale hasta 2017, tenía la perspicaz idea de proyectar en hilera y en simultáneo, como si fuera una instalación, todas las películas de Jia Zhangke en orden cronológico, desde Xiao Wu en adelante, porque entendía que así se podían asir de un vistazo treinta años íntegros de la historia de China, el país más poblado del mundo y probablemente la primera potencia mundial de este siglo en curso. Pocos cineastas pueden reclamar un destino biográfico como el de Jia, una suerte de biógrafo lúcido de una nación definida por una mutación indetenible, capaz de innovar perversamente en materia ideológica como ninguna: ¿no es China una monstruosidad conceptual, algo así como un comunismo de mercado?