Hay una extraña sensación con un tipo de películas que uno termina de ver y, más allá de no haberla pasado mal, acaba sepultando en un olvido instantáneo, casi como la clausura inconsciente de algún hecho traumático o medio jodido en nuestras vidas. En fin, dejemos a Freud de lado y vayamos de lleno en Escalera al infierno, película que tiene todo para hacernos pasar una buena hora y media, pero termina por sepultarse en lo más remanido y reiterativo dentro del cine de terror.
Acá una familia compra una casona alejada de la ciudad. La casona, una mansión críptica y lúgubre, pero a su vez elegante e imponente, parece esconder un terrible secreto: apenas los nuevos inquilinos ponen un pie en ella, hechos extraños comienzan a suceder. Uno de ellos es la desaparición de la hija mayor, una noche, mientras cuidaba a su hermano menor. La joven, con aparentes problemas sociales y poca comprensión de parte de sus padres, había bajado al sótano para reactivar la luz de la casa luego de que un corte de electricidad los dejara a ella y a su hermanito en total oscuridad. Pero jamás salió de allí. Lo que sigue es una ecuación, a la vez que fórmula obligatoria, para muchas películas de casas espeluznantes: mamá investigadora, papá escéptico, hermanito en peligro, policías que investigan a medias, etc. La ecuación puede sonar peor de lo que parece, pero no se asusten. Escalera al infierno no es mala, o al menos no se la sufre (por motivos que escapan al terror del género) como otras películas de hoy en día: no es pretenciosa ni estrambótica. Es un film clásico, donde una madre desesperada intenta buscar a su hija desaparecida y cree que las respuestas están en la casa misma. Desde Poltergeist hasta La noche del demonio, tendríamos que pensar si esta gente mira películas de casas malditas como para alejar a sus hijos de ellas y advertir así el peligro que los rodea.
Lo increíble de Escalera al infierno es cómo sigue creyendo en argumentos y fórmulas remanidas sin al menos intentar hacerlas parecer creíbles o, en el mejor de los casos, reformularlas. Ejemplos hay varios, pero el “compramos la casa porque era barata” es ya un chiste para un capítulo de Halloween de Los Simpsons. No sirve ni como crítica hacia la típica familia aburguesada porque, en definitiva, no intenta siquiera apuntar a ello. Que una pareja de muy buen pasar adquiera una mansión gigante como la que vemos en pantalla y que tiren esa frase, es menos creíble que todo lo que pasa en la saga de Los Avengers.
Pongamos de ejemplo El conjuro, donde se argumenta exactamente lo mismo, pero queda claro que era una casona vieja y no una mansión dónde tranquilamente podría vivir la realeza y toda su familia. En la película de Wan, el único que trabajaba era el padre de familia y sus ingresos de camionero no eran lo suficiente, por lo que se entendía el esfuerzo que le demandó adquirir la casa haciendo la cuestión mucho más creíble. Otro punto en contra en Escalera al infierno es el comportamiento frío del personaje del padre, no sabemos si por limitaciones actorales o por exigencias del guión. La falta de empatía y la poca importancia que le da a la desaparición de su hija es tan extrema, que más que servir de contrapunto a la obsesión de la madre por encontrarla, se vuelve una distracción y limitación para el espectador. Sabemos que en el fantástico, para que la fantasía tenga éxito, debemos empatizar con las emociones de los personajes, deben ser vívidos, creíbles, más allá de lo que suceda a su alrededor. Si tenemos en frente una película de terror sobrenatural e inverosímil como esta, al menos hay que saber darle emociones legítimas a sus personajes. Acá el peso recae en la protagonista, que se calza literalmente la película al hombro y es la única que sabe cómo hacer que su personaje tenga una mínima pizca de credibilidad. El resto de la familia parece no encajar, menos el pequeño y, como ya mencioné, el padre: estos dos no hacen mucho en el relato, por lo que su existencia pone en duda si la película hubiera funcionado mucho mejor con las protagonistas mujeres únicamente.
En fin, película pasatista, que no aburre, pero que recoge, apelotona y luego regurgita miles de lugares comunes. Ah, el final se advierte a mitad de la película, por lo que su efectividad es menor que la de Sexto sentido después de haberla visto quince veces.