Esta segunda entrega de la saga literaria es sólo anticipatoria de lo que vendrá cinematográficamente hablando, siempre y cuando la taquilla lo demande.
El problema principal es que aquello que muestra al principio, en relación al relato y la presentación de los personajes, todo se empieza a diluir con el correr de los minutos hasta llegar al aburrimiento. No sólo por la previsibilidad que se instala involuntariamente como eje central, sino por los vaivenes del mismo texto que pierde el horizonte sobre el público que va dirigido.
En cuanto a los personajes, sólo se repite de manera demasiado fugaz el encarado en R.L.Stine, claro que su misma presencia es la que finalmente anticipa la tercera entrega, ya que es el autor del libro del cual sus ellos cobran vida, casi una copia desde la idea de “Jumanji” (1995).
El espacio físico en el que se desarrollan las primeras escenas, la casa abandonada, la presentación de los personajes principales, dos adolescentes casi púberes y la hermana mayor de uno de ellos como los héroes y, por supuesto, el antagonista Slappy, un muñeco maldito que cobra vida, con poderes mágicos. Son los mejores momentos de la película, sus destinatarios son del mismo grupo etáreo.
Inicialmente se establece una proposición a la imaginación del espectador, sumándole elementos de aventura y refrendados por diálogos realistas, inteligentes y graciosos. Pero todo se acaba de manera prematura y precedente al primer punto de quiebre, antes del primer atisbo del supuesto conflicto.
A partir de ahí es que se desenfoca, por momentos parece dirigido a niños de menos de 10 años, luego a infantes de 5 para abajo, y termina por no estar dirigido a nadie.
Otro problema que presenta es que tiene mucho de estructura en tanto acciones de los personajes y estética televisiva en tanto imagen.
La historia es sencilla, todo transcurre en la noche de halloween, el pueblo pasa a ser amenazado de ser destruido y los tres personajes tienen en su poder el libro, el elemento que sirve para detener el Apocalipsis.
El final es sabido antes que se apaguen las luces de la sala, pero que también se pueda anticipar cada acto es su mayor contrariedad.