A primera vista, entre Escalofríos y esta segunda entrega hubo un descenso de categoría de los nombres involucrados en la mayoría de los rubros de los créditos (y la estrella más cara, Jack Black, bajó su participación a pocos planos).
Todo eso, sin embargo, no debería necesariamente representar una baja en la calidad. Por ejemplo, la repetición creativa de Danny Elfman podría haberse reemplazado con mayor frescura, y los exabruptos gestuales de Black interpretando al autor de sustos juveniles R.L. Stine podrían haberse pulido con mayor homogeneidad. Pero no: menos no siempre es más y a Escalofríos 2 se le nota la falta de nobleza de sus materiales. Mostrar algunas bicicletas y niños y adolescentes no nos lleva directamente a Los Goonies ni a la tradición de Spielberg.
Las locaciones, la promesa de fantasía y algunos diálogos iniciales de comedia de buen timing no son suficientes para disimular un armado de capítulo televisivo (y no de La dimensión desconocida o Alfred Hitchcock presenta) en el que se explican con demasiada claridad los elementos de esta aventura de Halloween en el que cobran vida muchos monstruos y calaveras y en el que -error de errores- se detienen el suspenso y el apuro de los personajes para hacer una secuencia de montaje -para una pantalla muy chica- con unos disfraces. Si todo es tan mecánico se pierden la potencia del relato, la magia y también los escalofríos. Y el verdadero monstruo amenazante pasa a ser el tedio.