Por un puñado de pelos
Esos raros peinados viejos ocultan algo. El estilista David Russell repite fórmula efectiva sumando a los protagonistas de sus dos últimas películas (El ganador y El lado luminoso de la vida). Pero esa suma no suma y lo que queda es un gesto tan agradable como vacío, una obra de arte falsificada que se pretende vender como buena. Y dado que la trama de Escándalo americano tiene que ver precisamente con las estafas, la propia realización se iguala con la ficción retratada.
Una película con música de los 70 difícilmente pueda fallar, y menos si cuenta entre sus intérpretes con Amy Adams, la única que pone toda su belleza y talento al servicio de la historia, en un grupo de actores prestigiosos que se autoparodia. Su personaje se roba la película con facilidad porque es el único que genera empatía mientras el resto se pierde en el afán de mostrar sus falencias.
Una historia de estafadores de medio pelo que llegan mucho más lejos de lo que ellos mismos pensaban, válida de ver y con un par de momentos disfrutables, pero objetable dentro del canon que impone el Oscar al instalarla entre lo mejor del año. Más allá de la siempre discutible importancia de estos premios, es igualmente objetable dentro de la propia filmografía del director, y eso ya es un poco más grave. Si había algunos signos de agotamiento en su también galardonada película anterior, la repetición no hace más que poner esos signos (medúseos) en primer plano.
¿Qué es un “signo medúseo”? El gran Angel Faretta acuñó el este concepto que refiere a “una intuición temprana que llega después -y por diversos motivos- a petrificarse en la repetición y en la banalización de lo pioneramente descubierto antes”. Signos reconocibles en este trabajo de Russell y en otras películas candidatas al Oscar a las que pronto nos iremos refiriendo.