Un baile de máscaras
Inspirada en un hecho real, la nueva película de David O. Russell prefiere seguir el camino contrario, el de la construcción de una ficción, con una magnífica reconstrucción de los años ’70.
Frente al espejo, Irving Rosenfeld se acomoda el peluquín, dándole una rara voltereta, como para que el rulo cubra hacia la derecha después de desviar hacia la izquierda. Recién entonces, cuando lo tiene en la posición que quería, se lo adhiere al cráneo. Escándalo americano empieza igual que la Relaciones peligrosas de Stephen Frears, donde Glenn Close se embadurnaba con el más denso maquillaje, rematado con el lunar de rigor. Ambas dan inicio con la preparación de un simulacro, una falsificación, una puesta en escena. Esa escena introductoria resulta anticipatoria. En Relaciones peligrosas, del ajedrez en el que la Condesa de Merteuil y el Vizconde Valmont van a usar de peón a Mme. De Tourvel. En Escándalo americano (inapropiada traducción local de American Hustle, “jugarreta americana”), del simulacro que teñirá hasta la última pieza del elenco.
El elenco en su totalidad es uno de los muchos aciertos de Escándalo americano.
“Algo de esto realmente pasó”, bromea el cartel inicial, y David O. Russell, director y coguionista de Escándalo americano, confirma (ver entrevista) que ser fiel a la realidad le interesaba más bien poco. Claro, cómo le iba a interesar, si lo que perseguía era la idea contraria, la de la construcción de una ficción o falsificación. La realidad en la que se basa Escándalo americano –que domina, junto con Gravedad, la próxima entrega del Oscar– es lo que se conoce como The Abscam Affair, que tuvo lugar a fines de los ’70 y comienzos de los ’80. Ab por Arab, Scam por fraude. La trampa urdida por el FBI, en connivencia con un estafador de tres por cuatro, consistió en fraguar a un presunto sheik árabe, interesado en invertir sus petrodólares en América, para atrapar con las manos en la masa (en la masa de billetes verdes, dos millones en total) a media docena de políticos. Eso, el corazón de la trama, es lo que “realmente pasó”. Todo lo demás, en un metraje de dos horas veinte, lo que no necesariamente.
Por su despliegue de raros peinados viejos, de solapas de camisa por fuera de las del traje, de tacones de medio metro de alto, de permanentes y escotes hasta el ombligo, la película de Russell recuerda a Boogie Nights, que transcurre más o menos para la misma época. Pensándolo bien, la película de Paul Thomas Anderson también hace eje en una falsedad, la del cine porno. Con la diferencia de que lo que más interesaba a Anderson allí, como en el resto de sus películas, era la visión de conjunto, el plano general. Mientras que lo que más interesa a Russell, al igual que en la previa El lado luminoso de la vida, es el modo en que los personajes interactúan. De allí su técnica de rodaje, explicada en detalle en la entrevista de al lado, consistente en que en el momento menos pensado la cámara puede vincular a un actor con otro.
Como El lado luminoso..., como en buena medida en El ganador (2007), Escándalo americano es un film coral, en el que, como pedía Jean Renoir, cada personaje tiene sus razones. Razones cambiantes, con frecuencia impredecibles, ya que todas las criaturas de Escándalo... son opacas. Dejan ver lo que quieren que se vea o lo que les sale mostrar en el momento. De allí el lema/tema de la película, dicho en tres o cuatro ocasiones: “Cada uno ve lo que quiere ver”. Lema de ilusionista y por lo tanto también de estafadores, de actores, de artistas. Antes de la media hora se ha formado una pareja de hustlers: la integrada por Irving Rosenfeld (Christian Bale, notable, como siempre, aquí con una panza apabullante) y Sidney Prosser, de allí en más la británica Edith (Amy Adams, que además de confirmar que actúa con los ojos como nadie, está más linda que nunca, y sexy como jamás). Aprovechando que la economía estadounidense está en baja y los intereses en alza, lo suyo será ofrecer préstamos sobre un capital que jamás devolverán.
Hasta que se crucen con quien no es el que parece (Bradley Cooper, con ruleros y permanente) y terminen enredados con quienes Irving no quería, porque sabe que es too much para él: congresistas, senadores, un intendente (Jeremy Renner, con un peinado que lo hace parecer Tony Curtis frente a un ventilador de piso), el FBI... y la mafia. A propósito: como mobster semicalvo de Florida, brazo derecho de Meyer Lansky, De Niro entrega la que es por lejos su mejor actuación desde... El lado luminoso de la vida. Ni qué hablar de la gran Jennifer Lawrence, como la esposa no precisamente fina de Rosenfeld, que cuando ve por primera vez a la amante del marido le dice, arrugando la boca en un gesto de asco: “Sé quién sos”. De sólo verla, como si la oliera. Película difícil de “agarrar”, porque parece de trama pero la trama es apenas el modo de poner en escena la necesidad que tienen los personajes de ser otros (de allí las máscaras de pelucas, peinados y maquillajes), Escándalo americano se parece poco a El lado luminoso de la vida. Al menos en la superficie. Si aquélla era deliberadamente crasa en lo visual, porque sus personajes lo eran, ésta es lujosa y sofisticada, porque es a ese mundo al que sus criaturas quieren acceder.