Un fascinante juego de seducción
La lustrosa superficie de los años '70 es el pintoresco marco para una historia de estafadores, corrupción y un triángulo amoroso conformado por Christian Bale, Amy Adams y Bradley Cooper. Muy bien Jennifer Lawrence.
David Russell llamó la atención a fines de los años '90 con la despareja Tres reyes, donde abordaba con ironía y grandes dosis de acidez la guerra de Irak. Diez años después se despachó con la extraordinaria El ganador, semblanza amorosa y vital sobre un boxeador y su familia "white trash" irlandesa. Y claro, en 2012 llegó El lado luminoso de la vida, una comedia dramática sobre dos adorables limados.
Después de la sucesión de éxitos, convertido en uno de los directores del momento, Russell centra su mirada en una historia de corrupción, estafadores y el dinero como el único y puro elemento importante de la sociedad, en la que un político honesto quiere cambiar algo haciendo la vista gorda, enamorar a una pareja, o convertirse en el anzuelo de un detective desesperado por avanzar en su carrera.
Escándalo americano entonces se desarrolla entre kilómetros de poliéster, entretejidos imposibles, solapas XL, relojes de oro y toneladas de spray, el entorno chillón de los chillones años '70 relatados con el pulso scorseseano de aquellos años (o el recuperado en El lobo de Wall Street) con la historia clásica de un timador, Irving (otra transformación asombrosa de Christian Bale), que encuentra la cómplice ideal en Sydney (Amy Adams). De ahí al deslumbramiento mutuo hay un paso –hay un hermoso segmento reservado a ese amor improbable pero real–, unos engaños de cabotaje que sin embargo dejan sus buenos dólares pero que también llaman la atención del agente del FBI Richie DiMaso (Bradley Cooper con una imposible permanente), que los obliga a colaborar en un plan para desnudar una red de corrupción que involucra a políticos y mafiosos, y de paso se convierte en amante de Sidney, que sus motivos tiene para engañar a Irving, sin duda el amor de su vida pero también el cabrón que está casado con la manipuladora Rosalyn (brillante Jennifer Lawrence).
Lo cierto es que la película es absolutamente disfrutable por un elenco al que se nota que la pasó fantástico jugando a retroceder en el tiempo para ser únicos, excéntricos y definitivamente ordinarios, mientras en la pantalla giran, se tocan, se enamoran y se traicionan en un juego de seducción interminable que resulta fascinante, siempre sobre esa superficie lustrosa de los años '70, con una historia que suma interés al estar condimentada con una cuota de noir (casi como la gran novela americana que nunca nadie escribirá), es decir, una mirada nostálgica, trágica, de los usos y costumbres de la auténtica manera de hacer las cosas en América.