Diversión despareja y caleidoscópica
Fines de los setenta. Costa este de los Estados Unidos. Un empresario tintorero y además estafador pasa a estafar a mayor escala gracias a una mujer-amante que busca el ascenso social y económico. El tintorero, además, tiene una mujer-esposa que fue madre soltera y es manipuladora y nerviosa. Hay un agente del FBI que atrapa y obliga a la pareja estafadora a que siga engañando para así agarrar peces más gordos. Y hay un político carismático que quiere dar trabajo a la gente. Y hay más personajes, pero con esos cinco es suficiente para decir que lo que hace David O. Russell es combinarlos y hacerlos rodar, conectarlos, hacerlos pelear, generar amores, odios, amistades, atracciones y traiciones.
Escándalo americano es una película de movimiento perpetuo. Los años setenta vistos y exhibidos con la maquinaria del cine usada al máximo, con peligro de explosión energética: travellings, canciones, peinados, vestuario, actuaciones y, claro, en especial el poderoso escote de Amy Adams, más omnipresente que los ruleros. Todo funciona a tanta intensidad que hay riesgos: la narrativa seduce todo el tiempo con voces en off, cambios de puntos de vista, flashbacks, engaños a diversos niveles. Lo bueno es que la mayor parte de las veces la velocidad y la intensidad ahogan las objeciones; a veces (como ocurre con el cameo de un actor demasiado famoso) lo inverosímil de la situación se impone.
La película no termina de decidirse y de asentarse -o quizá no lo quiera- por la farsa, la seriedad o algún sentido mayor de las acciones (con el que coquetea intermitentemente). O quizá quiera ser todo eso y no le importe decidirse y aspire a ser múltiple, a devorarse la historia del cine y a sostener sus ambiciones mediante el derroche fílmico. Cuando funciona, como con el personaje de Amy Adams, resplandece. Adams es un personaje múltiple, que toma diferentes aspectos de diferentes personajes del cine clásico y los unifica con una convicción notable: la femme fatale , la trepadora, la mujer dura de buen corazón, la traidora, la leal.
En Adams, voz y cuerpo, la película encuentra el éxito de su fórmula. Y la inesperada contención de Christian Bale es muy útil como contrapeso del exceso casi permanente de Bradley Cooper, que está desatado, desaforado más allá del fanatismo de su personaje, a veces incluso hasta la autoparodia (la nominación como actor de reparto debió ser para el siempre perfecto Jeremy Renner).
El título en la Argentina es Escándalo americano , en España es La gran estafa americana . El título en España es más sinuoso y está relacionado con la idea de contar una vez más la historia estadounidense, uno de los aspectos scorsesianos del film: apuntar a las bases, a la lógica, a la locura y al atractivo de una nación. Sin embargo, Escándalo americano , más directo, puede ser mejor para acercarse a la película de Russell, que brilla rotundamente en su propuesta de diversión despareja y caleidoscópica. Quizás el propio Russell esté comentando que no hay conclusión de sentido posible al fragmentar y deshilachar la historia de la pesca en el hielo. Quizá lo suyo sea un cine sin forma perfecta, un amontonamiento placentero y de lujo. En ese caso, no queda más que agradecer su dedicación y su ambición por hacer un cine así de festivo.