Estafadores eran los de antes
El director David O. Russell logra cosas interesantes. Como que Amy Adams (alias la actriz más bella del mundo) aparezca con ruleros para ambientarnos en los setenta y demostrar de paso que, antes que la computación, la posmodernidad empieza con la permanente. O que Robert De Niro tenga un papel menor de capo mafia y luzca como un albañil de Villa Fiorito. O que Christian Bale (Batman) tenga el protagónico más ridículo de su carrera (con el cual posiblemente obtenga su segundo Oscar).
Bale es Irving Rosenfeld, un estafador culposo que resulta extorsionado por el agente federal Richie DiMaso (Bradley Cooper) para conseguir el arresto de cuatro peces gordos a cargo de su inmunidad y la de su amante, Sydney Prosser (Adams). El blanco del operativo es el intendente de Atlantic City, Carmine Polito (Jeremy Renner), capaz de legalizar la prostitución y negociar con dinero fácil mientras su ciudad florezca y sus ciudadanos tengan empleo. En medio de la estafa, Irving no sólo encuentra nobleza en los métodos de Polito sino que llega a sentirse su amigo. ¿Cómo seguir adelante sin defraudarlo, cuando la pantomima incluye reactivar su matrimonio con la desquiciada Rosalyn (Jennifer Lawrence) y mientras Sydney empieza a coquetear con DiMaso?
Tras El lado oscuro de la vida, Russell recurre a parte de aquel elenco para un film más ambicioso, con guiños a Paul Thomas Anderson, Lawrence Kasdan y (al menos en las intenciones) David Mamet. El resultado es ambiguo. Mientras las creaciones de Bale y Adams son magistrales, no es difícil adivinar cómo evoluciona el film, así como las preferencias del director. Entre un remate sutil y una escena desopilante, Russell (hombre de pocos matices) siempre va a lo seguro.