El mejor pescado podrido de la historia
Coincido con Rodrigo Seijas -que le pegó duro a la película acá- en una sola cosa: Escándalo americano no es una gran película. Ni siquiera está entre lo mejor de David O. Russell, uno de los directores norteamericanos más interesantes de las últimas décadas con una atractiva filmografía entre las sombras que recién ha alcanzado visibilidad para el gran público en los últimos años y gracias al Oscar. Sin embargo a Rodrigo parece preocuparle más la repercusión de la película, que la película en sí, algo que se repite llamativamente en la mayoría de las críticas negativas que tiene el film y que viene a poner en evidencia el mayor logro de esta obra de Russell: conseguir una absoluta comunión entre su fondo farsesco y su forma deliberadamente camaleónica, entre sus personajes enmascarados y su moraleja sobre la supervivencia entendida como un cambio de piel constante, y que genera fascinación o desdén, pero ese desdén se dirige preferentemente hacia la fascinación que genera y no tanto a la obra en sí.
Russell elabora una historia donde los personajes tienen peluquines, o se hacen la permanente, o tienen hijos que no son suyos pero de los que se hacen cargo, o usan apellidos falsos, o se hacen las bobas para sacar partido, o son políticos honestos hacia afuera pero que aceptan sobornos hacia adentro, o venden pinturas falsificadas. Doble vidas, pero no dobles vidas cualquieras: dobles vidas que en verdad son la única vida, porque sus protagonistas son personajes que se miran en el espejo y terminan eligiendo la vida esa que se refleja, nunca la propia, porque esa reinvención es la que les asegura la supervivencia: el agente del FBI no es muy honesto pero persigue esa pureza que el sistema le ofrece porque eso lo haría escapar de la mediocridad en la que vive; el falsificador no está muy seguro de ayudar a la ley, pero sabe que eso le permitirá retomar su espacio como sujeto social y dejar de ser un marginal. Y así, todos. El leit motiv del film es esa charla entre Bale y Cooper en la que Bale muestra un cuadro falso y pregunta acerca de si el falsificador supera o no al creador. ¿Quién es mejor, el que vive tal cual los preceptos de la cultura en la que está inmerso o el que desde los bordes simula que cumple con las reglas del juego? Apariencias, falsedades.
Y en esa falsificación constante que son los personajes y la propia narración, siempre modificándose y en perpetuo movimiento a costa de caer en baches y renunciamientos (el personaje de Amy Adams se va desdibujando a medida que avanza la película), Russell también se prueba varias pieles: su película es scorsesiana en un sentido formal, el montaje y los planos son veloces, la música tiene una cosa corpórea, va con los personajes (notable momento Live and Let Die con Jennifer Lawrence), y a la vez simula al Paul Thomas Anderson de Boogie nights, casualmente el PT Anderson más Scorsese. Si bien las conexiones entre Russell y Scorsese son notorias desde El ganador, aquí adquiere una pose más superficial, más de luz y brillantina, como esos setentas que están más en peinado y vestuario, que en espíritu. Lo superficial es deliberado aquí: si en El lado luminoso de la vida Russell arriesgaba cuando pasaba, sin solución de continuidad, del indie recargado a la comedia romántica grasosa, en Escándalo americano transita todo el tiempo en esa atmósfera resbaladiza de las banalidades.
Retomando el comienzo de este texto, el gran triunfo de Russell, entonces, es que convierte a su película en una obra celebrada, premiada, distinguida, aún cuando se trata de un film que aparenta más de lo que cumple. Y esa apariencia que trafica banalidad por gran cine es la mayor de las maniobras del falsificador Russell: hacer pasar gato por liebre, vender pescado podrido, pero poniéndose en el lugar del trucho y nunca mirándolo con sorna y a la distancia. Si uno la mira detenidamente, Escándalo americano no es ni desaforada, ni escandalosa, ni arriesgada, ni punzante; todo lo contrario. Estamos ante una fábula moral bastante inmoral (porque justifica la corrupción de la política, porque nos hace sentir empatía con el patético Bale, entre otras cuestiones), el mejor pescado podrido, el más lujoso de la historia.