Algo más que una estafa
Escándalo americano, nuevo opus del neoyorkino David O. Russell, quien también escribió el guión junto a Eric Singer, es algo más que un ejercicio de estilo sobre estafadores apenas inspirada por un hecho real donde estuvo involucrado el FBI conocido como operación Abscam, que tenía por objeto desenmascarar la corrupción con el pago de sobornos a políticos para llevar a cabo negocios relacionados con el juego, entre otras pequeñeces.
Los pilares en los que se sustenta esta película con gran cantidad de nominaciones a los Oscars y recientemente ganadora de los Globos de Oro, que sigue llamando la atención a críticos extranjeros, gente de la industria y afines para aparecer como una de las favoritas, se cimentan en dos componentes: un elenco notable (muestra acabada al llevarse dos Globos de oro sus respectivas actrices y el reconocimiento a todo el reparto en los SAG, premios que entregan los actores) y un ritmo narrativo prolijo aunque no complejo pero que gana vigor por conocer al dedillo hacia dónde pretende llegar porque no intenta ubicar al espectador en el incómodo lugar de víctima, que a la larga termina siendo engañada por la manipulación lícita de la puesta en escena, sino que lo introduce en el rol de testigo y cómplice de un plan de diferentes niveles de engaño, condicionados fundamentalmente por las emociones de sus partícipes, elemento significativo que para los cánones de este tipo de propuestas por lo general aparece poco desarrollado u opacado por el principal objetivo de una estafa: timar a la víctima.
Para ello O. Russell construye con paciencia y verosimilitud un triángulo amoroso en cuyas aristas se encuentra una pareja de estafadores financieros, Irving Rosenfeld y Sydney Prosser, interpretados con enorme solvencia y carisma por Christian Bale (esta vez con las manos vacías en los Globos de oro pero nominado a los Oscar) y Amy Adams respectivamente, quienes hacen de la estafa un verdadero arte pero caen en las redes de Richie DiMaso (Bradley Cooper), un ambicioso agente del FBI que les condiciona la libertad a cambio de la participación activa en un operativo de enormes dimensiones.
A ese triángulo, de cuyo vértice principal encarnado por Amy Adams se desprende el mecanismo de la seducción como parte del juego de manipulación se le adosan una serie de subtramas lo suficientemente atractivas para desarrollar personajes secundarios independientes y que constituyen desde su presencia el caldo de cultivo para que la misión transite por distintos niveles de complicaciones. Desde ese punto de vista particular, la presencia de Jennifer Lawrence, involucrada afectivamente con Irving pero trastocada desde lo psicológico, es esencial para que la trama fluya y crezca en tensión.
No es habitual que en un film con alta presencia masculina sean las mujeres quienes lleven a los hombres de las narices, sin contar que más allá de su encanto natural y sexapeal incipiente piensen una jugada antes en el tablero de las casualidades y causalidades.
El otro aspecto a destacar y ya hablando estrictamente desde la formalidad es el estilo cinematográfico que se respira en cada plano de Escándalo americano, film que hace honor a la impronta híbrida del cine de los 70 con algo de noir pero sin abandonar el sello del director y su lugar de narrador desde las imágenes, los encuadres y la elección de la banda de sonido, elementos que hacen a un combo atractivo que no va a defraudar a espectadores exigentes.