Las películas de David O. Russell son muy distintas entre sí, pero siempre ostentan cierta sensibilidad histórica y social en el modo de construir un mundo de ficción y de mostrar cómo ese mundo afecta la estabilidad psíquica de sus criaturas.
Quienes recuerden la genial comedia filosófica I Love Huckabees, la parodia antimilitarista en Tres Reyes, la simpática El lado oscuro de la vida y El ganador (su mejor película hasta ahora) podrán constatar la amabilidad de Russell para con todos sus personajes y su peculiar atención de situarlos en un contexto específico. Escándalo americano no es una excepción.
Basada ligeramente en un caso real conocido como “Abscam”, que llevó a varios funcionarios del Congreso y a un intendente a la cárcel, la película de Russell reconstruye parte del escándalo. Arranca el 28 de abril de 1978, en el lujoso Plaza Hotel de Nueva York. Irving Rosenfeld (C. Bale) se prepara para otro momento de “ficción”. Están a punto de filmar secretamente un acto de corrupción entre la mafia y algunos funcionarios públicos. La idea de ficción es la noción clave y operativa del relato, y no será la última vez que los personajes estén interpretando algo que no son.
Escándalo americano combina mediante varias digresiones y flashbacks un acto de corrupción y otro de delación con los vaivenes de un triángulo amoroso. Irving está casado y ha adoptado un hijo. No es una relación feliz, pero Rosalyn (J. Lawrence), su esposa, prefiere sostener la ficción de un matrimonio a divorciarse y cuando puede amenaza a su esposo con delatar sus negocios ilegales.
Irving, más allá de ser dueño de una lavandería, es un prestamista de dinero (que no tiene) y vende pinturas falsas como si fueran originales.
Algo sucederá cuando conozca a Sidney (extraordinario trabajo de A. Adams), de Nuevo México pero que finge ser una aristócrata de Londres. Sidney e Irwing vivirán un romance y se convertirán en socios. Pero no será fácil cuando DiMaso, un agente del FBI, los obligue a colaborar en un operativo contra un intendente en el que están involucrados desde un mejicano que se hace pasar por un jeque árabe hasta un mafioso de primera línea.
Escándalo americano pinta una sociedad obsesionada por el dinero. Sobrevivir implica aquí participar de una ficción colectiva. Todos mienten para vivir. Aun así, a veces los actos de nobleza se entrometen en la perversión cotidiana. Russell, un director noble, es parte de ese mismo problema. Su ficción sobre la gran ficción no siempre alcanza a conjurar las trampas del sistema. Él no miente, pero no es suficiente.