Dos monumentos del cine de acción
La presencia de dos veteranos íconos del cine como Sylvester Stallone y Arnold Schwarzenegger en una misma película genera una curiosidad que combina proporciones equivalentes de fanatismo y morbosidad. Si bien la fórmula fue probada con éxito en Los indestructibles, la peculiaridad de Escape imposible es que el protagonismo se divide sólo entre ellos dos.
El actor ítalonorteamericano ya ha cumplido 67 años, y el austríaco, 66, pero ninguno se resigna al papel de abuelo que le correspondería por la edad. Siguen prestando sus cuerpos de pesos pesados a personajes que demandan muchísima acción física. Eso no significa que pretendan parecer más jóvenes. De hecho la cámara no les ahorra primeros planos que muestran, simultáneamente, el deterioro de sus caras, la nula expresividad que siempre los caracterizó, y la grandeza de monumentos que ambos exhiben en cada mirada, en cada gesto, en cada golpe.
Por suerte en Escape imposible hay una historia lo suficientemente interesante como para que no se queden solos peleando en el vacío. La trama no se reduce a un simple progresión de problemas y peligros que los dos hombres deben atravesar para lograr sus objetivos, sino que ese esquema básico está inserto en el mundo de las prisiones de máxima seguridad.
Ray Breslin (Stallone) y Emil Rottmayer (Schwarzenegger) forjan su amistad en la cárcel más segura del planeta, y desde que se conocen, después de atravesar el muro invisible de una mutua desconfianza, empiezan planificar la fuga de una prisión que parece invulnerable y que les reservará más de una desagradable sorpresa.
Siempre bajo la forma de un acertijo que se resuelve a las patadas -esa ideología que tan bien parodió Roberto Fontanarrosa en su Boogie, el aceitoso-, Breslin y Rottmayer piensan pero también pegan y se permiten algún que otro cruce verbal de ironía autosatisfecha. El mensaje es: seguimos siendo peligrosos incluso cuando no reímos de nosotros mismos.
Inflada como los músculos de ambos protagonistas, Escape imposible se da tiempo para incluir en su argumento un alcalde de prisión llamado Hobbes (igual que el autor de Leviatan, título que evoca el monstruo marino bíblico con el que filósofo inglés simbolizaba el Estado totalitario), prisioneros musulmanes, torturas, lecciones de ética hipocrática y varias cosas más que no mejoran el producto base aunque tampoco lo empeoran demasiado.