Sylvester Stallone y Arnold Schwarzenegger juntos. No es una novedad -ahí están las dos entregas de Los indestructibles-, pero sí es la primera vez que ambos están como protagonistas. Todo un acontecimiento. Y Escape imposible está a la altura. Incluso es mejor que lo que uno puede imaginar con cierta condescendencia: "película de acción más o menos aceptable con dos tipos que están de vuelta". Escape imposible, dirigida por el sueco Mikael Håfström, es más que eso. Es más: por su original planteo argumental, su punto de partida, que incluye una importante revelación luego de la primera secuencia (y que es mejor no saber, aunque lo anuncian en todos lados). Lo que se puede contar es que Stallone y Schwarzenegger planean con extrema astucia el escape de una prisión de máxima seguridad, la más inviolable jamás construida, que además es secreta e ilegal, y que no pasaría la más mínima inspección de la comisión más ciega encargada de vigilar el trato a los reclusos.
La película se ubica muy por encima de la línea de lo aceptable, además, porque Stallone y Schwarzenegger (por más que muchos espectadores y críticos no se los tomen en serio) son dos actores de cine cabales, que entienden de presencia y de timing. Con sus pausas para las respuestas devuelven líneas de diálogo con tanta justeza e impacto como pegan trompadas. Y los guionistas, además, les han escrito varias líneas breves que son chistes memorables. Stallone y Schwarzenegger, con su experiencia para ponerse al servicio de un montaje inteligente, que marca el paso de la tensión y el peligro aunque jamás es frenético, son los pilares de una película de solidez destacable, a la que tal vez le sobre una vuelta de tuerca y le falte alguna explicación de la conducta de un personaje.
Escape imposible es una de acción "como las de los ochenta", pero con ritmo y atractivos actuales y con dos de los íconos máximos de esa década. Otra clave para sus logros es el extraordinario villano significativamente llamado Hobbes, el director de la prisión. Hobbes vigila, no confía en los hombres y menos que menos en los que tiene encerrados en su cárcel. Jim Caviezel lo interpreta con la sabiduría y la fuerza necesarias para hacerlo "más grande que la vida" y ponerse a la altura de los dos gigantes. La película tiene una estructura en la que se alternan secuencias de táctica y estrategia y de acción, y éstas presentan variedad: peleas a puño limpio, resistencia frente a medidas extremas, enfrentamientos con armas. De ningún recurso se abusa y tampoco se estira la secuencia final (y en eso se corrige a las películas de los ochenta). Éstos y otros méritos, obviamente, pivotean todo el tiempo sobre los dos grandotes con gracia y, a esta altura, no sólo de vuelta sino en estado de gracia.