La premisa no es original, y menos tratándose de una segunda parte. Escape Room 2: Reto mortal encuentra a Zoey (Taylor Russell) y Ben (Logan Miller) -sobrevivientes de la primera entrega- decididos a exponer a la corporación Minos, responsable de crear las habitaciones de la muerte.
Convencidos de lo que están haciendo, los amigos abrazan el sinsentido de enfrentase sin estrategias, armas o entusiasmo a una organización anónima todopoderosa y, como es de esperarse, a los pocos minutos se encuentran encerrados en un vagón de subte, primero de una nueva serie de cuartos letales.
A partir de ahí queda claro que todo será más o menos igual al film de 2019: llamativo desde lo visual, repetitivo desde lo argumental. Con el agravante de haber perdido la sorpresa, y por ende cualquier atisbo de sobresalto.
Como para disimular se suman a los protagonistas otros sobrevivientes, que describen su nuevo predicamento como un “torneo de campeones”, en una poco sutil referencia al título original de la película, por si no había quedado claro.
La lucidez y experiencia del grupo a la hora de sortear cada obstáculo redunda en la apatía de la platea. Hacen todo tan rápido e inverosímil que cuesta involucrarse, tomarles cariño o lamentar sus sucesivas y originales muertes.
Hay también una subtrama en torno al cerebro detrás del macabro divertimento y a su historia familiar. Más que nada un recurso que busca perpetuar una saga agotada antes de empezar.