Caso curioso el de “Escape Room: Sin Salida”, una propuesta que cuando termina por definir su sentido, desvaría y pierde la gracia y la poca lógica que había ordenado dentro de su micro universo.
En tiempos de anuncios como el reboot de “The Twilight Zone”, propuestas como ésta, o la recién incorporada al servicio de streaming de la N “Velvet Buzzsaw”, no hacen otra cosa que emular aquel programa creado por Rod Serling que mantuvo en vilo a generaciones frente al televisor.
Hoy el televisor no es necesario, la pantalla de cine tampoco, por eso llama tanto la atención que “Escape Room…”, con un arranque que determinará cierta empatía por alguno de los personajes, privilegie su forma narrativa simil TV para construir un verosímil que nunca logra atravesar la propuesta.
Seis elegidos serán los que tendrán por delante el desafío de escapar de unas siniestras pruebas (cualquier similitud con “El juego del miedo” no es casual tampoco) en las que deberán enfrentarse, sin saberlo, a sus más profundos temores.
Hasta ahí, todo bien, presentación de personajes, sus características, la inevitable confrontación que se producirán, pero luego, en el más profundo de las incertidumbres, el espectador quedará varado entre especulaciones sobre cuestiones que ni siquiera el guion y el director contemplaron.
“Escape Room: Sin Salida” parece salida del algoritmo de Netflix, algo probado, un poco de género, otro poco de tal película, un cast perfecto, convirtiéndose en un producto menor a los pocos minutos de iniciado. Si se especulaba con algún giro que tal vez remontara la poca gracia e interés por generar una película diferente sobre la base de algo probado, el correr del metraje no hace otra cosa que confirmar que el espectador no tendrá escapatoria más que la del cartel del fin.
Adam Robitel presenta las acciones como puede, sobre la base de un guion poco convincente de Bragi F. Schut y María Melnik, que han, a su vez, absorbido todos los referentes posibles para llegar al espectador con una propuesta anestesiada, obvia y muy predecible.
En tiempos en los que se ha generado un debate sobre cine vs. streaming, un producto como éste, no hace otra cosa que afirmar que la multiplicidad de opciones terminaran generando un híbrido que sólo apela a la pirotecnia visual, a la búsqueda del mejor cast, para suplir, desde allí todas las falencias que en todos los rubros hay.
Cine explosivo e instantáneo, cine fast food, que seguramente encontrará en los más jóvenes, un público ideal, como al salir de la función de prensa un colega ha dejado pasar, pero que en la misión de advertir al espectador, y del propio disfrute cinéfilo de este cronista cinematográfico, sólo me resta resumir en que allá aquellos que quieran ir al cine a no ver cine.