Coproducción latinoamericana con personajes en busca de venganza
Hace apenas una semana el estreno de “El otro hijo” presentaba una situación que tenía como protagonistas centrales a palestinos e israelíes. Por esas coincidencias de calendario “Esclavo de Dios”, curiosa coproducción entre Venezuela, Argentina y Uruguay, vuelve a plantear el conflicto entre ambas etnias pero desde una perspectiva casi opuesta.
Aquí no hay espacio para el optimismo pese a que un rayo de esperanza ilumine el sangriento final. Claro que hasta entonces el espectador será testigo de varias muertes tanto del lado árabe como de judíos e israelíes e inclusive de otras víctimas (atentado contra la AMIA).
El realizador Joel Novoa Schneider nació en Venezuela, de donde es originaria su madre siendo su padre uruguayo. Este, su primer largometraje fue filmado en los tres países de la coproducción y la acción gira alrededor de dos personajes antagónicos.
Ahmed Al Hassama asiste de niño, corre 1975, al asesinato de su padre en Líbano. Logra rehacer su vida en Caracas como el médico cirujano Javier Hattar (el actor Mohammed Al Khaldi), se casa y tiene un hijo ocultando a su esposa su verdadera identidad. En verdad está haciendo tiempo y esperando que lo convoquen para poder tomarse la revancha. Hasta que un día alguien le comunica que ha llegado “su turno” para dar su vida por Alá. Se dirige a Buenos Aires para un posible tercer ataque, esta vez a una sinagoga.
Pero en Argentina está David Goldberg (Vando Villamil), agente del Mossad a quien su jefe le previene de la inminencia de un nuevo atentado. David también es un ser vengativo y tiene la foto de numerosos terroristas en su despacho. Cuenta además con la ayuda nada desinteresada y paga de un comisario de la policía (César Troncoso).
A modo de un thriller la película va siguiendo los pasos de ambos personajes hasta llegar al final al momento en que se produce el inevitable encuentro entre ambos. Novoa Schneider maneja bien los tiempos, no toma partido y entre sus aciertos se incluye la inclusión de la música de Emilio Kauderer y un buen guión del uruguayo Fernando Butazzoni. Podrá cuestionarse la calidad de la fotografía, algo apagada y cierta pobreza en otros rubros técnicos.
En una semana donde de seis estrenos cinco son locales y varios de pobre calidad, “Esclavo de Dios” se distingue por la trascendencia de su mensaje final. Pero además debe destacarse su condición de coproducción verdaderamente latinoamericana, iniciativa que sería bueno imitar más a menudo y que eventos como Ventana Sur, cuya quinta edición acaba de finalizar, viene incentivando.