Cotillón rancio
Por un lado tenemos a Ahmed Al Hassama, un fundamentalista islámico que es enviado a Buenos Aires como miembro de una célula terrorista; por el otro a David Goldberg, un agente del Mossad, alguien de una implacable sangre fría. Con el contexto del atentado a la AMIA en 1994, Esclavo de Dios de Joel Novoa Schneider es un film que gasta demasiado cotillón genérico para una historia que hace ruido desde el título por su punto de vista tramposo y un peligroso objetivo, a saber: “humanizar” la figura del terrorista.
Esta ficción con aires de thriller político es engañosa por donde se la mire, aunque este no sea su principal defecto. Después de todo, buscar en el cine una corrección política para filmar un tema delicado siempre lleva a planteos que se pierden en laberintos ideológicos interminables. Acá, las principales objeciones son estéticas: se trata de un cine rancio, visto mil veces, teñido de sentimientos gratuitos y con un planteo narrativo que se agota en un marcado convencionalismo.
Esquemática y maniquea, la historia centrada en Ahmed y David (ya se imaginarán quiénes son los buenos y quiénes los malos a pesar de vanos intentos por disfrazarlo) sobrevivientes a dos atentados que marcaron sus vidas desde la infancia, no resiste el mínimo análisis desde el punto de vista escogido y su factura técnica de colores bien diferentes según la ocasión recuerda a las más comunes y retrógradas historias de acción.
NdR: Esta crítica es una extensión de la ya publicada durante el Festival de Mar del Plata.