Atentado contra el buen cine
La precariedad técnica, la falta de ritmo, las malas actuaciones y una historia que podría haber sido mucho más interesante desde sus planteos morales de lo que terminó siendo son suficientes elementos para aventurar que la única polémica posible que puede suscitarse con Esclavo de Dios, del director venezolano Joel Novoa Schneider, responde unicamente a sus valores cinematográficos que son nulos.
Dicho esto la premisa que baraja la hipótesis de un tercer atentado en 1994 en suelo argentino contra un objetivo judío abre el interrogante sobre los fundamentalismos de ambos lados pero sin ahondar siquiera en aspectos que trasciendan el derrotero básico de todo film de estas características. La idea del terrorista arrepentido no es nueva en el cine y este intento de mostrar el lado humano de aquellos hombres dispuestos a inmolarse en nombre de Alá ya fue sumamente explotado en películas como Paradise now, un gran film palestino del año 2005 del que este intento de película debería haber tomado algún apunte para llegar a un mejor puerto. Si hay algo que debe destacarse de aquel film no es otra cosa que la economía de recursos al servicio de las tribulaciones del protagonista que son las que operan como coordenadas de esta historia.
No puede decirse lo mismo de Esclavo de Dios porque en su afán de tomar por el carril del thriller desde el enfrentamiento del protagonista, Ahmed (Mohammed Al Khaldi), miembro de una célula dormida en latinoamérica y experto en explosivos que espera la orden para ejecutar el tercer atentado, y su antagonista, David Kollman (Vando Villamil), quien forma parte del grupo de la Mossad instalado en Buenos Aires tras la pista de terroristas árabes, se diluyen las demás subtramas paralelas que no encuentran desarrollo como por ejemplo la conexión local; el doble trabajo de la policía; la familia encubierta y otros asuntos aledaños al conflicto central.
La idea de equiparar fundamentalismos para no tomar partido por uno u otro personaje no es mala per se pero eso no alcanza para reparar las innumerables fallas en materia de guión, la torpeza narrativa que apela a recursos elementales como flashbacks explicativos (lo del reloj es demasiado burdo por ejemplo) y desinteligencias de ese nivel que pululan a lo largo de la trama que tampoco consigue mantener un ritmo sostenido ya que se contagia de su propia impotencia y falta de criterio a la hora de definir qué se quiere contar.
Si a esto le sumamos una puesta en escena elemental que por ejemplo en un tiroteo no repara en mostrar sangre en los cuerpos atravesados por balas que suenan como si fuesen de cebita ya es demasiado para soportar cuando se pretende narrar una historia lo suficientemente seria y que puede afectar sensibilidades.