Escobar: Paraiso perdido

Crítica de Alejandro Castañeda - El Día

El filme es una mezcla de thriller y melodrama, de cine de terror y documento. La sombra del maléfico Pablo Escobar se ve a través de los ojos de Nick, un surfista canadiense que llega a Medellin en plan vacacional y que se enamorará de la sobrina del gran mafioso de todos los tiempos. Si hay amores que matan, este es uno.

El filme tiene un buen arranque, con el “Patrón” a punto de entregarse. Reparte tareas, prepara la sucesión, da órdenes, ajusta detalles. Clima urgente, rostros crispados, detalles reveladores. Después, se centrará demasiado en esa historia de amor juvenil que vive en constante zozobra. Nick, mimado de Pablo, en un momento verá que todo es sucio y peligroso, se asusta y quiere tomar distancia, pero ya es tarde, porque siempre al lado de Escobar es tarde para decidir.

En la primera parte está el Escobar servicial, el que ayuda a los pueblos, a las entidades a los municipios, el del clientelismo arrollador y el paternalismo culposo. Los ojos inocentes de Nick y su novia nos muestran su mejor cara. Pero lentamente hará su aparición el mafioso sangriento, el que hace justicia por mano propia, el que maneja con gran aplomo y mano dura al poder político, la curia y la policía, el que sólo parece enternecerse ante su familia y sobre todo ante su madre, el zar que repartía drogas, plata y muerte.

De a poco el thriller irá eclipsando cualquier intento de reconstrucción. Y en esa marcha, el realizador italiano Di Stefano parece pedirle prestado a Nick sus ojos inocentes. Porque en lugar de penetrar más en el mundo de Escobar, el relato prefiere adoptar el trazo del policial más convencional, con lugares comunes y resoluciones narrativas algo forzadas, lunares que le quitan credibilidad y fuerza a los buenos momentos del comienzo, cuando la cámara se asoma a la intimidad de Escobar y en pocos pincelazos sentimos el eco de su colosal y despiadado imperio.

Lo mejor del film es lejos Benicio Del Toro, un actor sobresaliente, un Escobar que infunde temor y curiosidad, que enriquece cada plano con su mirada, su andar, sus preguntas, sus pausas. Cuando sale de escena, la película decae, aunque nunca pierde interés. Del Toro, insistimos, es el punto más alto de un relato donde la droga a cada paso va reformulando el peso de la lealtad, el poder, la impunidad y el horror. (*** ½)