Un film clase B, lejano heredero de El padrino
La corta, vertiginosa y fascinante vida de Pablo Escobar ha sido reconstruida en decenas de libros, producciones televisivas, documentales y películas de ficción. En este más que atendible debut en la dirección del actor italiano Andrea Di Stefano es Benicio del Toro el encargado de interpretar al narcotraficante colombiano en un papel que, si bien es secundario en cuanto a cantidad de minutos en pantalla, resulta esencial en la historia de ficción que se narra.
El verdadero protagonista del film es Nick (Josh Hutcherson, el Peeta de la saga de Los Juegos del Hambre), un surfer canadiense que llega con su hermano (Brady Corbet) a Colombia en plan turístico y se enamora de María (la actriz española Claudia Traisac), una atractiva joven que desarrolla tareas asistenciales en zona carenciadas. Claro que María no es otra que la sobrina favorita de Escobar y, así, al poco tiempo Nick no sólo ingresará en el círculo íntimo del líder del Cartel de Medellín sino que se convertirá en una de las pocas personas de su confianza.
Si la presencia de una veinteañero norteamericano en el universo del todopoderoso Escobar puede parecer un poco ridículo, hay que indicar que toda la trama (que incursiona en casi todos los géneros imaginables) resulta bastante absurda porque está construida en un tono de película clase B. Sin embargo, una vez aceptados los códigos y algunas carencias (como algunos personaje poco desarrollados) hay que admitir que Di Stefano regala largas y elegantes escenas de acción llenas de tensión y una descripción familiar que ubica a Paraíso perdido como una heredera (lejana, es cierto) de El Padrino de Francis Ford Coppola y del Vito Corleone de Marlon Brando.
Otro de los aciertos de esta coproducción europea rodada por un italiano en locaciones de Panamá es la contratación de un puertorriqueño como Del Toro (que ya fue el Che Guevara). En cada una de sus apariciones, su Escobar resulta tan seductor como abominable, un monstruo perfecto que no necesita alzar la voz para asustar, que es capaz de regalar la sonrisa más amigable y a los pocos segundos mandar matar a una, diez o cien personas. En su amenazante y al mismo tiempo cautivante interpretación, y en el sorprendente oficio de un director debutante como Di Stefano se sostiene este film que, de alguna manera, cierra con dignidad la cartelera cinematográfica argentina de 2014.